Rafael N. Fernández. Nació en Sabana Iglesia, Santiago, República Dominicana, en 1975. Escritor y poeta. Sus poemas y ensayos han sido publicados en revistas y rotativos nacionales e internacionales. Es autor de los libros: Un camino hacia la luz, Extractos del conocimiento, Trascendencias, Nexo cosmogónico, y Cristianismo activo revolucionario y liberador.
Tempestad
Contra el vuelo de la lluvia he respirado
y seguirá naciendo contra el fuego cada espejo.
Seguiré cantando a las palomas,
al negado objeto que nos une,
a la luz apenas ensimismada.
Sólo quiero en las manos el sueño,
el té primero de la orilla.
Podremos entonces nacer del barro.
Tendremos el aire del agua y la guirnalda,
las frescas herramientas de la espiga.
Nuestro será el verde y sus campanas,
los prófugos cerrojos del polen sostenido.
Nuestra también la clara espada,
las trenzadas fibras:
el vino
el trigo
el canto
el día buscado tras la forma,
su alado y fijo nacimiento.
Extensión sombría
La noche se hace espejo del silencio,
muerde el sueño desangrado,
sangra entonces como el aire
y se desviste el rocío:
las alas, el invierno,
el fuego de la furia oscuramente sostenido.
Oscuro trino
El tiempo de la sombra,
el fuego derramado,
húmedo de espejos,
estirado en sales,
desdobla su estandarte de pálido horizonte;
toca el aire de las cosas,
trae los sueños repartidos:
las alas, el rocío,
los ojos con su forma de pie sobre la arena
Recital recóndito
Vives en mi canto
presa de la luz
y del sueño en los espejos.
Contigo anda el silencio
y la noche en su vestido
revive en flor
la hoguera dormida.
Desde adentro
el rocío palpa el pálido abismo,
se estira en la sombra
y dispersa su estatura
de intangibilidad sentida.
Espejismo
En las horas del silencio
la sombra busca sus ojos,
besa el cosmos respirado
y la noche se ilumina.
Profundismo
Nuestro es lo que amanece:
La anfibia luz,
el oscuro canto.
Tras los ojos
como el aire nos miramos,
en la noche fecunda del misterio,
mecidos sin olas por las cenizas.
Simón Bolívar
Una espada
cayó en tus manos
y un caballo como el hierro
alimentó el camino,
la sombra en alas,
el sueño,
el aire intenso de los pueblos.
Tu estrella fue el agua entre las piedras,
y como un trébol terrestre y rojo
tocó el silencio y su pálida simiente;
detuvo el áspid,
condujo el alma de las rosas,
y el aire con sus odres
alzo el canto de los surcos,
trajo el verde hasta la orilla
y una luna como el Ebro,
de latidos como el viento
que grafiaron tus racimos,
tus colores desatados
y te buscaron en la noche,
te adivinaron el día
con sus trajes de profetas,
y desataron el rito
donde encarnaron tus huellas,
donde nacieron las puertas
y las banderas con tu nombre,
donde el alba tejió sus hilos
y el camino se hizo espejo
y nos miramos despiertos
y caminamos contigo,
con América en las venas,
con tu sed de estatua luminosa,
con tus claros y plurales nacimientos.