jueves, 31 de mayo de 2007

Rosa Julia Vargas: Cuento

(Pintor: Máximo Ceballo)




ROSA JULIA VARGAS:


Es egresada de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, donde obtuvo las licenciaturas de Administración de Empresas (1978) y de Contabilidad (1983), e impartió docencia sobre su especialidad. Publicó en 1998 la novela “El Rastro de Caín”. Es fundadora y editora de la revista literaria Mythos, aparecida en 1999. Este cuento, Final Final, fue galardonado en el Concurso de Cuentos de Radio Santa María, 2001.


Final final


Lo primero que vio al abrir los ojos fue: 5:57 AM, pregonado en luz verde en el reloj digital integrado al televisor, y los albores de un día que se perfilaba soleado a juzgar por la intensidad del primer asomo. Se percibió viva, despierta, a una hora que solía ser la de su mejor sueño. Qué día es hoy, se dijo, mientras determinaba ponerse en pie y le volvía de golpe el suplicio que la había postrado por ¿cuántos días?
Hacía más de dos meses que las llamadas empezaban a escasear y las excusas proliferaban. Para comprobar que no se engañaba a sí misma comenzó a dibujar en un calendario un corazón que identificaba el día en que él llamaba, hasta confirmar una noche que habían transcurrido dos semanas completas desde el último corazón. Su organismo comenzó a lucir estragado por la espera que, durante horas, día y noche, la mantenía en un estado de tensión que todos a su alrededor comenzaron a notar. Fue entonces cuando empezó a suplir con lo suyo todo lo que en esa relación faltaba, como un requerimiento de su estabilidad emocional. Su trabajo exigía sonrisas y concentración, y no debía seguir mostrando ese gesto preocupado que se robaba lo mejor de su expresión y la base de su desempeño. De todas maneras ella era una mujer moderna, no necesitaba, como las de generaciones anteriores, retorcerse las entrañas con su táctica de hacerse la difícil. Aunque esa creciente indiferencia de su amado ante sus iniciativas y la canción de Arjona que sonaba en esos días la puso a pensar que quizás eran ellas las que tenían razón, “Dime que nooo... y me tendrás pensando todo el día en ti... clávame una duda... y me quedaré a tu lado...”
Ahora se daba cuenta de que fue un error salir a buscarlo, adivinándolo en los lugares en los cuales solían coincidir cuando el interés -de ambos- estaba al rojo vivo. Parece que es cierto que el amor entre hombre y mujer es como un embudo, donde cada quien comienza en un extremo y se desplaza hacia el otro, el de ellos comienza en la parte ancha y se desliza hacia lo angosto y el de ellas, viceversa. Eterna tragedia.
Mientras más crecía en ella el dolor por su ausencia más se lucía él con su indiferencia. Si sólo hubiera podido entretener la angustia, dominar la nostalgia, controlar la intensidad con que deseaba oírlo, verlo, lamerlo, abrazarlo, contemplarlo, olerlo..., si sólo hubiera algo en el mundo comparable al sabor de sus besos, iría a buscarlo donde fuera. Pero no existía en ninguna parte, lo comprobaba cada vez que salía, hasta acabar haciéndolo para evitar la tortura de comprobar que no era para ella cada timbrazo del teléfono que corría a levantar. Luego comenzó esa guerra en su cabeza, esa lucha entre los motivos de la razón y las razones del corazón, esa duermevela que le negaba el descanso que su cuerpo necesitaba para cumplir con un trabajo al que asistía como una sombra somnolienta, triste, malhumorada, con náuseas que simulaban resaca de haber mezclado cervezas y algún tinto, cuando en verdad la mezcla era de amarguras y trasnoches.
El alma angustiada es la que recibe el virus, éste llegó para justificar su permanencia en cama, y la hizo perder la conciencia del tiempo transcurrido, que era ahora una nebulosa de días grises, fiebres, tisanas, desvaríos y “bébete esto”, hasta la mañana de hoy en que los números verdes de un reloj le indicaron su vuelta a la vida, con la sensación de haber sido expulsada de un vórtice. Por suerte nació después de los antibióticos, pues de otra manera el mal de amor la hubiera matado de tuberculosis, como a los que amaban mucho en épocas pasadas. Se puso de pie, el espejo no le redituó el esfuerzo de ponérsele enfrente, una figura escuálida y marchita la miró con pena, mientras una voz de las incondicionalmente aprobadoras resonaba en sus oídos, “Tienes que alimentarte”. Comenzó a reconocer su pelo entre esas mechas de sudores acumulados, y las ojeras, y la humedad colgando en su nariz, y las huellas de anteriores secreciones manchando la camiseta blanca que le servía de pijama, completaban la imagen miserable dictada por la autocompasión. Sin embargo comenzó a gustarle el fulgor triste, el fulgor nuevo de esos ojos que la observaban desde su embalaje estropeado, y trató de componer en ese reflejo, como si se tratara de una escena ajena, su imagen de mujer resuelta. La gruesa gota en la que se transformó el brillo de sus ojos luchando por unos instantes con la gravedad, casi la hacen regresar al punto de partida, pero la complaciente benevolencia con que suelen percibirse los humanos sobre las superficies brillantes la llenó de vigor.
Haría una carta para terminar, ella, lo que hacía semanas había acabado. Escribió: “Maldito”; si por lo menos hubiera expresado una razón y no ese eterno alegato de que no pasa nada –argumentaba- mientras se derramaba en una retahíla de insultos impronunciables, regodeándose en los que el parecer le señalaba más hirientes. No sintió ningún alivio, la carta no parecía una salida honorable, la rompió. Y fue cuando se le ocurrió la forma de decir su última palabra. Llamó al trabajo, regresaría a partir del lunes recuperada, pondría pronto al día su semana de ausencia. Luego a la oficina del amado para cerciorarse que estaría allá al día siguiente. Se pasó el resto del jueves mimándose con la estilista en casa, se encargó del pelo con champú de melocotón, pedicura, manicura, ningún vello mal puesto en cejas, piernas o axilas, permitió a la madre realizar el papel de mamá gallina desplegando el abanico de sus recetas, jugos de fruta, sopas de pollo y hasta dejó que la peinara. Al anochecer preparó lo que faltaba con blondor y agua oxigenada de veinte volúmenes, dejó que el decolorante hiciera su efecto hasta lograr blancura total. Después se fue a la cama con buen ánimo, color en las mejillas y envuelta en el aura narcicesca de la mezcla de su olor con el olor del gel de melocotón. Durmió como no lo había hecho en meses, como un bebé seco y satisfecho.
Casi a las seis de la tarde del otro día llegó a la oficina del amado, pasó sin anunciarse permaneciendo de pie al lado del sillón frente al escritorio, mientras pronunciaba un saludo de conocido casual y él le respondía en el mismo tono. Ella dijo, No has llamado, con reproche. He tenido mucho trabajo, contestó él, cortés, Siéntate. No se sentó..., en cambio, con un movimiento leonino combinando extremidades mostró íntegra la pierna izquierda a través de la abertura de una falda pareo cuyos pliegues completaban la alusión a estatua griega que su pose insinuaba. En los ojos de él se dibujó el asombro de Pigmalión ante Galatea mientras recorría con avaricia el tramo de piel expuesta, y sin dejar de mirarla levantó el teléfono. Luisa, puede irse, hasta el lunes. Hasta el lunes señor, se oyó en el intercom. Ella sonrió sosteniendo la mirada y disfrutando los últimos vestigios de su antiguo poder. Sin gorritos no hay cumpleaños, le dijo traviesa, iré al carro a buscarlos. No tardes, dijo él cruzando las piernas.
Con esa cara pálida y ansiosa lo archivó para siempre en el historial de su vida. Ahí quedó, la boca entreabierta se le hacía agua, y en el paladar... ese sabor a idiotez que le dejó esta despedida. Lo peor fue ese último esfuerzo, cada paso a la salida una lucha mortal contra ese atractivo que le tenía desordenada la existencia. Eso no bastaba. Y es por eso que preparó ese artificio la noche anterior, para no sucumbir. Ninguna mujer presumida le asestaría bajo ningún concepto un golpe tan contundente a su femineidad, ninguna mujer se dejaría ver de nadie el pubis descolorido, la cuca de anciana.

1 comentario:

Ysac R. Vásquez dijo...

"Brillante relato" Con razón ha trascendido esta escritora.