domingo, 18 de abril de 2010

Escritor invitado: Pedro Ovalles


POEMAS DE EL COLOR DEL SILENCIO

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Es extraño, pero cierto: todas las cosas se agolpan en mí cuando llueve. Todas entran por mis ojos. Luego se hunden en el mar. Sólo los ojos no naufragan juntos con todas las cosas. Aun después de la lluvia, interminablemente sigo hundiéndome, cayendo hasta el fondo, hasta reunirme con el Todo. Y como mis ojos nunca se ahogan, pues sigo viéndome allá dentro del enigma: conversando con las arenas, dándole palmada al agua, escarbando los días. Y ahí, en ese mi reino insólito: soy yo mismo, el dueño absoluto del universo, el que nombra todas las cosas; las reúne, las coloca todas una por una en su justo lugar: unas en algunos recodos secretos de mi alma, otras en el pórtico solícito de mis pensamientos, para que otra vez las nombre con palabras de ningún idioma conocido.



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Una palabra basta para decirlo todo: vacío. Y, después, el espacio sin nadie, el lloro inoíble del silencio. Cuando estamos mudos, cerramos el único círculo que nos pertenece; no nos queda más alternativa que dejarnos reducir a aire, y de tanto envolvernos en nosotros mismos, somos noche: el reiterado vacío y su silencio terrible.



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Buscamos un no sé qué cuando algo nos falta en medio del polvo. Se ahonda la huella, y tras ella otra finge ser nosotros. Regresamos, entonces, sin nada y sin nadie que testifique el vacío. Dentro de sí cada quien está, va penetrando lo imposible, buscando una puerta en las sombras, un túnel que lo conduzca a sí mismo. Caminamos, y al hacerlo, nos fugamos de sí. La tierra se va deslizando como niño dócil. Vamos penetrando lo denso, lo que siempre nos aguarda. Pero, ¿llegaremos? Sin nadie, aun sin nosotros mismos, rotos, caminamos otra vez reuniéndonos en el polvo. Y a pesar de la agonía de la luz, pretendemos ser, y al hacerlo, nos deshacemos en agua que nos hipnotiza nuestra alma, que nos humedece los ojos. Pero a pesar de lo desfalleciente, de lo grávido del aliento, podemos reconstruirnos y alcanzar lo posible. Sin llegar al mar, ya sentimos el sol sobre su azul. No podemos negar que a veces sentimos que se nos muere la esperanza. Y, sin embargo, somos: ¡retoños alegres!



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La mirada oye el color que la embriaga y ve la voz que la llama. Instante en el cual la eternidad del ser es suavidad de maíz tierno. Ella busca la profunda convergencia entre lo efímero y lo perpetuo, y en ese tiempo de humo invisible, teje su forma del hilo que surge al deformarse su nada. Y en esa transfiguración del vacío en harina impalpable, otra mirada retoña, y oye la música que se filtra por el reverso del aire, para tocar el recién surgido relámpago de lo presentido. La mirada huye de sí misma hacia otra mirada, y en esa veleidad enverdecida, pues se retuerce en algún recodo de trigo; y ya, entonces, no es imagen huidiza de la certidumbre, sino tortura del sueño de la luz que se embriaga a sí misma.


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Mirando detenidamente el polvo, palpándolo quedamente con los trémulos dedos: es un espejo que esconde su dorso y su dura certidumbre. El polvo tiene ojos. Nos mira como un hermano gemelo. Su mirada es un triste cielo que se derrite en agua hirviendo. Mirada que oye. Voz que mira. Cuando el hueco de nuestras manos se llena de polvo: somos la sucia imagen tras un espejo; somos una callada lágrima transfigurándose sobre hielo. ¿Quién no ha oído la voz del polvo mascullando mugrientas palabras de un seco idioma primigenio, su timbre apagado, sus tonos mortales? Cuando nos llega su voz de niebla eterna, buscamos en nosotros mismos las calles y los puertos que hemos recorrido, las piedras con las cuales hemos tropezado. El polvo tiene el alma de nosotros, los mismos gustos, las mismas costumbres, los mismos gestos, va donde vamos, aunque no muere cuando nos morimos. He ahí cuando plenamente se inicia su más terca eternidad. Nunca se reduce a sí mismo porque es totalidad no reprimida, convergencia de desiertos: oh llorosa silueta de la sed.



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En la ciudad que cada quien va construyendo desde antes de nacer, hay callejuelas que siempre seguirán siendo desconocidas, luces apagadas y fantasmas acosando el alba. Cada quien vive en un nicho de cristal. Y aun ahí hay recodos de sombras que nunca nadie accederá: testarudas portezuelas que nunca se abrirán, porque son la noche cerrada a sí misma. A pesar de ello, seguiremos forzando las cerraduras, explorando los resquicios de la madera, y los hierros oxidados, y los túneles, y los soñados caminos: ineludibles islas que asfixian y dan vida a la vez. En esos predios que cada quien está, desde antes de ver la luz, pues va edificando una muralla donde resguarda para siempre el “otro” que verdaderamente es.



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No lo sabes, pero te lleva la corriente. Finges reposo, pero vas dando brincos entre los vértigos del río. No dices nada, pero tu lenguaje es el rápido beso de las piedras. ¿Qué arcano eres desde que te fuiste para quedarte toda entera? Vertiginosa va el agua por tus ojos, arrastrando el sudor del tiempo que esconde las esmeraldas de tu soledad. Tu mirada moja de sorpresa al que sueña. Además, eres lluvia perpetua que cae de un cielo que ni tú ni yo conocemos. Eres como la imagen detrás de un antiguo espejo: inasible como la luz. Sin que lo sepa la tierra, eres tierra desde antes que el polvo existiera. Eres el antes y el después: la perfecta unidad del principio y el final. Quien te ignore ha tirado sus sentidos al abismo que lo aniquila: en el fondo de lo insulso se pudren sus ojos; su tacto es la agónica piedra de un viejo convento; su gusto, el osario milenario de los egipcios; los oídos, el silencio pálido de una iglesia sin feligreses. Tú estás más allá de ese silencio y de todo lo que existe, porque eres sustancia de la propia existencia del Todo.



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Tú crees que te escapas. Crees que tú eres tú. Y no es así. En ti hay mundos. Hay territorios que no conoces. Frente al gran espejo insensible estás. Lamentablemente, pero cierto, allá, muy lejos, en tus ojos: ¿quién eres? Tu respuesta es la espuma que no puedes asir, la marea que te aturde y a la vez te hace volver a sí. No hay escapatoria. Ancha es la puerta por la cual llegaste, pero muy estrecha por la cual tienes que huir. No interrogues la negra palidez de la tierra, no intentes extraerle luz a la distancia que te espera; tú crees que te escapas, y no es así. Siempre las aguas regresan a su antiguo cauce. La roca será roca aun después del gran silencio.


(Gustav Klimt: Muerte y vida)



POEMAS DE ARQUITECTURA DE SILENCIOS

DIALÉCTICA DEL “UNO”


Las nubes y el sol y la tierra
y el mar reunido en su agitada angustia
y la luz que se ahoga en la charca
y las hojas que se suicidan sin saberlo
y el agua que se fuga hacia sí misma
todos son el Uno en el espejo que son
todos participan del Todo
No hay un solo elemento
que sea por sí mismo él sin los otros
Cada uno en el otro está
y sin embargo cada uno es el Uno sin el otro
Se hacen y se deshacen permanentemente
y siempre son los mismos
aquí y allá y en ninguna parte
No hay forma posible
de aquello cuya existencia es el instante
y es que de instante también
está hecho el Todo



CERTIDUMBRE

A Pedro Pompeyo Rosario



Pretendes asirte al árbol primigenio
no sabiendo que eres tú mismo la madera
que eres el día y la noche y todo lo que tocas
que el polvo que respiras eres tú mismo
Entonces existes porque revives
bajo el sol en tus pensamientos
y mueres en cada noche de tu cuerpo
Te abrazas a ti mismo
en la certidumbre más rotunda
de las palabras



SINFONÍA DE LO ETERNO



Yo oigo la voz de la piedra
Oigo el canto del silencio
Entro a ese gran concierto del Todo
Tomo la luz en las manos y es mi guarida
Tomo el mar en mis pupilas
y salgo de mí hacia él
Lo trueco por el azul que es
Y en la mirada que soy
quedo vacío sin vida para mi vida
Sin estar en mí preso de mi propio exilio
vago en la música que nadie oye
Y fuera del universo que soy
puedo escuchar la sinfonía de lo eterno
el himno del principio y del final
el silencio de la palabra que es un orbe
más allá de la palabra
Yo estoy hecho de ese espacio
Por eso puedo conversar con el viento
y ser viento al mismo tiempo



VACUIDAD



Tú y yo, río, somos un mismo río
Dentro de ti me deshago
Me evaporo en tu huida permanente
Y cuando no soy nadie en ti
sino la imagen que rompe tu imagen
me devuelve a mi origen
Entonces soy piedra
soy arena soy espuma soy tierra
Y en ese transcurso de la metamorfosis
en ese instante de vacuidad jubilosa
tú y yo, río, somos un mismo río



PALABRAS DE AIRE


Escrito quedó el mensaje
Con la mirada escribí las letras en el horizonte
Las incineradas nubes
allá en la frágil transparencia del aire
son los papeles donde escribí
las palabras precisas
Las suaves manos de la lluvia
ahora quieren borrar el conjuro
El cielo me habla porque soy un cielo
Quedará grabado como una oración
contra el olvido y para la eternidad


ARDOR EN LAS PALABRAS


Abrasada quedó la voz
Los dedos de las llamas la alcanzaron
Entonces corrió el amoratado eco
por los recónditos caminos del alma
Sin embargo no hay ceniza
Azotado quedó el fuego por otro fuego
En el sofocado fondo del pozo
aún hervía el agua
Pero no hay rastro
del carbonizado silencio


poemas de dulce suicidio


exordio

Intentaré internarme por una selva y que la misma no sea el definitivo paso hacia lo acabado–hacia lo total–yo sólo prefiero ese mundo denso–único–inarbarcable–oh rugiente mar que hace naufragar de lucidez el pensamiento–sólo necesitaré penetrar sin ser visto sin ser yo mismo–intentaré hollar el viento y que cada huella sea un espejo que refleje su rostro mi rostro



instantánea eternidad

“El hombre en su fuga poetiza”.
Iván Silén

como con el rostro hacia atrás–como si hubiese dejado los pies en el punto de partida–tomé el camino de lo posible desconocido de lo que perpetuamente busco–¿hubo principio del principio? sólo huellas que van y vienen de alba a alba–de voz a voz–de sueño a sueño–de ternura a ternura–siempre estoy en un transcurso ambivalente–ni más allá ni más acá–oh golondrina alejándose de su propia sombra–presencia sin origen desprendiéndose hacia su centro–no todas las veces pienso el trayecto–mi caminar es un constante caer de lluvia sobre la mar avanzo–y como quien va hollando su propio tacto–siendo que la fuga es el regreso mismo disfrazado de distancias–sin embargo otras veces me asalta la certidumbre de estar muy lejos–de estar cruzando desiertos–pero nunca llego donde se anida el viento–aunque siempre el vuelo va más allá de las alas

dulce suicidio


siempre estoy abalanzándome sobre las aguas–siempre lo múltiple me arrastra hacia los fondos sin fondo–hacia los labios de fugitiva dulzura–algo como imán me trae–desata mis palabras–flechas lanzadas de no sé dónde–algo como una persistencia de rostros–piedras como serpientes presionan mi tacto–envuelve toda mi vida–como una enredadera caída sobre un pájaro indefenso–estoy al borde de caer hacia abajo–casi tirado en unos brazos que esperan esperan–como atrapado en un circulo de arena–atestado entre la noche y los sentidos–oh mar oh dientes de súbita ternura–oh dulce suicidio–avanzar por entre esta sumergida transparencia–allá más bajo de lo ambiguo los peces–aletear que pellizca las pupilas–allá más abajo del silencio el molino triturando los deseos–hacia allá me dirijo arrancándome la última sonrisa de entrega–la última flor de inocencia guardada–caeré sobre un cráter de nocturna fraganciasobre no sé qué labios de ángel perdido sin paraíso–oh túnel de huidas furtivas–yo camino a pasos largos a gritos secos–camino como por un río de hondo cauce–que recibe olas de otro río de más remota distancia–de más cegadora plenitud


río


“¡sólo queda en mi mano
la forma de su huida!”


Juan Ramón Jiménez



río es su rostro día tras día río–huella fugitiva–oh desnudo de lluvia–su rostro va tiempo arriba voz adentro–sólo me llega su instantánea otredad–el reflejo de su instinto de noser–ese otro espacio posible de la nada–su alucinante vocación de espejo porque río es todo desnudo en constante retorno–porque río es toda mismidad desdoblada–su rostro como esas pisadas indelebles de la memoria–como el lado reverso del pensamiento



POEMAS DE DANZA DEL AIRE


CALLADA IMAGEN


Sobre el aire un rostro. En el rostro un castillo abierto a la espera. Eternidad de la nada. Fondo de un espejo risueño que no mira, que no refleja el cielo, que no cae porque es un ángel y su iglesia de luz. Porque es una corriente de un más allá. Guardado en el viento. Sobre el aire una mirada, una frágil ternura de cristal, y en su jubilosa galaxia unas letras de amor, un cofre lleno de lunas; y todavía más allá, del otro lado de la palabra: quién sabe qué río se despeña de soledad y hastío. Apacible rostro, y en sus ojos el universo diciéndonos adiós, y ni tú ni yo lo sabemos, porque la noche se cierra y se abre tras de ti, tras de mí, y sólo nos queda la callada imagen de ese rostro que a sí mismo se dice adiós.


CRÓNICA DE UN SILENCIO


Un árbol parece que se deshojó cuando sus ojos miraron el cielo. Buscó quizás a Dios. Buscó quizás un sueño que se encuadernó en su niñez. Tal vez un ciclón desplomó el edificio de azúcar de su voz. Se podía decir que ella ignoraba la luna de su aliento. Se podía decir que en el fondo del mar estaba el árbol y la fruta. En otra ciudad caía una llovizna que lamentablemente ella ignoraba. No pudo recoger las hojas que le sirvieron de calcetines a su inocencia. Y a pesar de ello: seguía buscando a Dios. Entonces sintió bajo tierra un río. Sintió que sus pies se mojaban de ternura. Pisó sobre el día como pisar sobre arenas. Se preguntó a sí misma por el campanario de su mirada y por los feligreses se su iglesia. Entonces escuchó que un cristal roto caía súbitamente en su alma. Una transparencia dejaba percibir un sol que le quemaba el silencio.



BREVE HISTORIA DE UN SUEÑO



No puedo decir que quiso ser ave. Salió de su isla y se fue a otro litoral. Si voló fue porque el aire se convirtió en espumas. Soñó ver la noche perdida en la madrugada. No puedo decir que llegó donde la luna es otra luna disfrazada de nube. No puedo decir las tantas veces que dejó huellas sobre el agua. Fue marea y ola a la vez. Fue sonrisa como una paloma volando sobre un océano. No puedo decir ya más nada. La neblina no dejó ver las estrellas. Ella huyó de su ser para perpetuarse en el sueño.



COLOR DEL SUEÑO

Oh, gran alma, es el tiempo de que encuentres tu forma.

Paul Valéry

El polvo que hay en tu mirada yo lo limpio con las palabras que te intentan nombrar. Eres más que este instante. Al nacer, ya eres toda la eternidad. Por eso no nombro el perpetuo silencio que tú misma eres. Más allá de los ríos del tiempo, dime, forma de la forma: ¿quién eres para ser propensa a ser nada? Te evades como una mirada tímida. Finges ser en cada roce del aire una febril imagen colgada del viento. Sin embargo, te escapas transformándote en lo que no eres. Por eso no tienes nombre. No se te has podido nombrar nunca. Eres todos los nombres. ¿Cuál eres de todos los rótulos que tiene la utopía? No eres esto ni aquello. No mueres porque no vives como vive la golondrina. Tu vida es una vida que no tiene vida. Eres en la medida que quiero que seas. No me pidas que te nombre por tu nombre. Eres todas las cosas y ninguna a la vez. Eres el principio y el final de ti misma. Si hoy el recuerdo tuyo es un mar donde me ahogo de tanta luz, es porque eres luz y agua a la vez. El solo pensarte te devuelve a tu no ser. Te pienso y quedo pensado por ti. Empiezas a tomar forma en lo informe. Ah, sueño tenerte en mis manos, apretarte en los puños como un reflejo tibio, sentirse hecha larva de luna, y así retenerte en el calor del sueño, aunque sueño de un sueño seas.



DANZA DEL VIENTO

Su mirada cruzó las aguas que la mojan. Exploró el cielo de su inocencia. Aún no es tarde para que ella recuerde dónde el sol de sus ojos ardió de éxtasis; cuándo el fósforo de su vigilia fue la chispa repentina del instante. Viajó sola. Viajó como una hoguera. Con ella se fue el verano y lo apacible del río que aún añoro. Mas quién es ella que aún mira de este lado del día, mucho más acá de la esperanza. Con ella se deshizo un universo, el mismo que está dentro de sus ojos. Se fue la propia voz que es el paraíso andariego del recuerdo. Oh danza del viento.


MURALLA DE INCÓGNITAS

La noche parecía un huevo en sus cabellos. Estaba frente al mar, entre las rocas y el silencio. Un gajo de luna era su boca. El poniente despeinaba la soledad de sus ojos. Mojada, hundió su llanto en las arenas. Era la primavera un salado mirar. Ella tenía un trillo de espumas en la mirada. Toda ella era una cordillera. Un bosque impenetrable. Una isla sobre otra isla. El azul de la lejanía se estrellaba en sus pupilas. No se inmutaba porque era de ladrillo su sombra. No caía porque era de acero su nostalgia. Como perdida, como si sólo ella existiera, comenzó a trocar el templo de su voz por una muralla de incógnitas. Duro era el clima de su litoral. El viento le trajo lluvia. El tiempo azotaba con crueldad. La noche parecía un huevo en sus cabellos.


MURALLA DEL SER


Todo se torna enfermiza estrechez. Se oyen caídas de ángeles que duelen del otro lado del alma. Oh arrugada piel de la luz: envoltura de silencios que chillan como una voz herida detrás de un cristal chamuscado. Sin embargo, hay humedad y espacio abierto en el aire: libres intersticios por donde huye el dolor hacia el invierno de las palabras, hacia la obstinación de lo imposible. A pesar de ello, no se sabe nada de aquello que suscita el grito y su eco en lo profundo del propio grito. Bravío mar que rompe la languidez del ser expuesto a los golpes más ciegos del silencio redondo de la nada.


VÓRTICE ETERNO


A veces no vale la pena decir: “Yo soy”. Decir: “Aquí estoy bajo la sombra de este árbol”. A veces somos tan transparentes como agua sonreída. A veces ni nosotros mismos nos percibimos de tan delgada que se torna la hebra que nos ata al instante. A veces hasta el aire nos traspasa, nos deshace y no basta que sea de noche para convertirnos en noche: invisible espada homicida que la mirada perdida convierte en celaje. Entonces nos preguntamos: ¿Qué somos? Porque al buscarnos en el doloroso espacio del Todo, ni siquiera tenemos la pálida memoria del Uno recomponiéndose en nosotros; ay, ni siquiera soñando incluirnos en su vórtice eterno.



POEMAS DE EL COLOR DE LA SOLEDAD

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Es verdad que podemos decir
que estamos juntos.
Pero no, jamás, unos a otros,
tocarnos en nuestros adentros.
Ni siquiera figurar el color
que esa soledad adquiere.
Juntos, y sin embargo,
allá en nuestro interior,
hay un paisaje inédito
en la más desamparada
soledad de los sentimientos.
Es verdad que vemos la luz,
que nos ciega el sol
de nuestra existencia.
Inevitablemente somos.
Nos hablamos, hasta nos abrazamos.
Mas no podemos
siempre estar acompañados
como siempre están el agua y la arena,
el cielo y el mar allá en el horizonte.
El frío molde que somos,
la jaula en la cual nos han encerrados,
una para cual, es única e irrepetible,
intocable en sus hierros
de lejanos azules.
Es de aire antiguo:
¡es del color de la soledad!


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A ratos vemos...
y de verdad las cosas existe
Luego la mirada se transforma en una llovizna.
Entonces ya no se mira sino se palpa.
Caemos en un mar
donde la luz y las arenas,
el sonido y el silencio,
el árbol y su sombra,
somos un solo desnudo:
el Uno detrás de un arco iris.
El trayecto del instante delira,
se esfuma: irremediablemente
nos caemos a pedazos
en el fondo del espejo que nos desfigura.
Luego nos ciega un extraño dolor
de incertidumbres henchido.
Una sombra desfigura el alba que somos.
Un puñado de tierra entre los dedos
se vuelve el entorno.
Vemos…
y en la distancia sólo la luna asoma.
Se borra de los ojos la imagen.
Se cae de la voz la palabra.
Definitivamente se disuelve en las arenas
la silueta del paisaje.
Nosotros y las cosas somos entonces un reflejo
que la mirada nunca podrá recuperar.
Vemos…
y de verdad todo parece una neblina
naciendo de un espejo.


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Miré tu rostro y figuré un arco iris.
Vi, mucho más allá de tu mirada,
un litoral de mares callados.
Una paloma posada en el azul del tiempo eres.
Solitaria en un mundo de espumas.
Sin tu voz, sin tu adulto silencio,
esta tibia lluvia es polvo,
es aire, es neblina.
Sin esa danza tuya,
no cae la luz en nuestros ojos.
No zarparían los barcos
por el mar de nuestra voz
hacia otra voz tan lejana
como el origen de esta breve leyenda.
Miré, y el viento peinó
la sublime cabellera de tu ayer.
Un relámpago del color de la eternidad
es tu futuro, es tu quimera.
¡Oh, lejana orilla de un lago dormido!
Desde aquí te dibujo así como eres:
sonrisa del poniente.
¡Ay, eres el sol de mis palabras
sobre los árboles!


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Pisas sobre el agua como una luz nerviosa.
Vas calzada de lejanías.
Vas sonriendo como el vuelo de una gaviota.
Miras el azul como mirar el paraíso.
Sueñas como soñar otro mar tendido en la mirada.
Vas dando brincos como el viento sobre las olas.
Eres blanca como un hermoso recuerdo.
Eres tan tú como un dios en su trono.
Tu infancia es una flor silvestre.
Avanzas sobre un chorro de espumas
que lanza el día.
¡Ah, manantial alegre que humedece la tarde!


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Para amarte no es necesario
tener rosas en la piel
ni un castillo sostenido en las manos.
Sólo basta dejar correr el río
y tener avispas en las miradas.
Para amarte se requiere solamente dejarse ir
en ese tren que transporta la primavera.
El amor siempre va de la mano del aire.
Va en el viento que constantemente
inventa castillos.
Va en la mirada que tiene
el mismo color de la gloria.
Para llegar al amor
solamente hay que tender un puente
entre el pensamiento y el cielo.
Hay que dejarse llevar por las nubes
que las palabras inventan.
Para amarte sólo hay que provocar el fuego.
Vivir a plenitud el calor de la eternidad.
Para tenerte sólo hay que dejarse hundir
en ese mar que hay en tus ojos.
Tener miel en los labios.
tener el alba despierta en el pecho.
Para amarte no es necesario
tener rosas en la piel.
Sólo basta tener siempre abierto
un jardín en el pensamiento.


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Todo instante es un camino
que va de una luz a una sombra, y viceversa.
Todo instante es una roca
fija en el pensamiento.
Todo instante es un trillo
en medio de un desierto
que nos lleva a un mundo ignorado.
Todo instante es un bostezo
de un dios en cautiverio.
Todo instante es una interminable llama
en la memoria.
Todo instante es una procesión de olas
de un mar bravío.
Todo instante es un edén
en el fondo de un antiguo espejo.
Todo instante es una sonrisa de nubes blancas.
Todo instante es una puerta abierta
hacia un jardín nunca antes visto.
Todo instante es un eterno vuelo en las pupilas.
Todo instante es la ida y el regreso
de un ángel desterrado.
Todo instante es un Ave Fénix.
La forma más idónea de ser fuego
y ceniza a la vez.


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A veces el amor es un puma
en el fondo de un espejo.
A veces frente a ese sordo vidrio,
somos salvajes igual que su selva
de sombras y luces.
A veces el amor se parece a un peregrino
en un camino de piedras.
A veces ese camino tiene dientes,
rocas y ceniza caliente
encima y por debajo del día.
A veces el amor se torna
una vereda de cardos,
una tierra agreste,
un león en asalto.
A veces hiere como una espina en la frente,
como un puñal hundido en la noche.
A veces el amor rasguña
como una fiera oculta,
como un águila desde el aire.
A veces el amor es un viento
que trae trozos de mohoso metal.
A veces el amor da zarpazos
como un tigre.



Pedro Ovalles. Moca, provincia Espaillat, República Dominicana, 1957. Tiene una Maestría en Gestión y Administración de Centros Educativos y un Postgrado en esa misma especialidad, ambas por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra de Santiago de los Caballeros de la República Dominicana (PUCMM). Además posee una Licenciatura en Educación, Mención Letras, por la Universidad Federico Henríquez y Carvajal (UFHEC), Recinto de Moca, de la cual fue Decano de la Facultad de Letras. Profesor de Lengua y Literatura en varias universidades de su país. Textos poéticos suyos aparecen en varias antologías: Antologías de poetas mocanos; Antología del Ateneo Insular; Juego de imágenes: la nueva poesía dominicana; Voces del Valle, entre otras más. Ha merecido Premios y Menciones de Honor en varios concursos literarios nacionales y regionales. Ha publicado nueve (9) poemarios y un libro de ensayos: Retoños de sueños (1987); Dulce suicidio (1991); Siempre tú (1995); Pasión de mar (2001); Arquitectura de silencios (2002); El color del silencio (2004); Danza del aire (2006); Danza del suicida (2008); El color de la soledad (2009), que es su más reciente creación poética. Lenguaje, Utopía y Creación (2009) es su primer libro de reflexión editado por la Secretaría de Estado de Cultura. El Ayuntamiento de Moca en diciembre del 2003 lo reconoció como Hijo Distinguido de tal ciudad. El Distrito Municipal de Monte de la Jagua, Moca, también le entregó en agosto del 2007 un Reconocimiento. La Academia Dominicana de la Lengua Española, Correspondiente de la de España, le confirió en marzo del 2005 un Diploma de Reconocimiento “en atención a sus méritos literarios; su aporte creativo a favor del desarrollo intelectual y estético y su contribución al progreso educativo y cultural de la comunidad”. El Taller Literario Virgilio Díaz Grullón del Centro Regional de Santiago de los Caballeros (CURSA) de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, le concedió en junio del 2005 un Reconocimiento como Joven Intelectual del año. Director del Liceo Nocturno del Distrito Municipal de su comunidad de origen y Subdirector del Colegio Porfirio Morales de Moca. Miembro fundador del Taller Literario Octavio Guzmán Carretero de Moca. Director en la actualidad del Taller Literario Triple Llama de Moca.

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