jueves, 31 de mayo de 2007

Manuel Llibre Otero: Cuento


(Dalí)


MANUEL LLIBRE OTERO



Nació en Puerto Plata, en 1966, pero se trasladó a los 3 años de edad a la ciudad de Santiago. Es narrador, poeta y ensayista. Obtuvo el primer lugar de poesía en el concurso de la Alianza Cibaeña, y ha sido premiado en los concursos de cuento de Casa de Teatro. Ha sido antologado en el libro “Este Lado del País Llamado El Norte”, en la Antología de Escritores Dominicanos “Los Cactus No le Temen al Viento”, en sus diferentes versiones en italiano y español, en el libro-objeto “Jhonny Pacheco en Voces Ajenas”. Además, uno de sus cuentos aparece en el libro bilingüe, en italiano y español, “Respiro del Ritmo: La Música de Santo Domingo”. Es uno de los más acabados escritores jóvenes de la República Dominicana. Tiene publicado un libro de cuentos, “Serie de Senos”, que, según sus propias palabras, es un “CD-Rom que no hay que meter en una computadora”


Inexistencia:

Yo vine a morir a esta ciudad, porque en mi pueblo hubiera sido otro muerto de pueblo, del pueblo. Y sobre mi tumba hubieran crecido los cardosantos y la hierba africana y los duendes de noche y sólo me irían a ver los ratones, las gallinas, los chivos y una que otra vaca, ignoro los insectos porque no me gustan, a las arañas les tomaría cierto cariño. Al igual que los dos o tres muertos sin importancia del lugar, ignoraría la cerca de alambre de púas que delimita el territorio de los vivos del de los muertos sin ser capaz de encerrarlos y asomaría la cabeza cada nuevo entierro. Mi pueblo sólo ha tenido un muerto importante, el escocés que se murió de pena cuando asesinaron a su esposa a cuchilladas en esta ciudad. Su único hijo juró delante del hijo ciego del alcalde, quien se ocupó de los trámites legales de lugar por su padre estar de viaje, encontrar al culpable y matarlo; es la única vez que se ha publicado algo sobre un muerto en mi pueblo y eso fue porque era extranjero. Por eso vine a morir aquí, quería ser un muerto importante, pero he fracasado. Esta es una ciudad pequeña, un pueblo pequeño. Yo vengo de un pueblo aún más pequeño que este. Pensaba que esta era una ciudad grande, pero no lo es. Pensaba que los muertos de esta ciudad eran importantes, pero no lo son. El tamaño de una ciudad no está en el alto de sus edificios o en la cantidad de personas, está en la mente de la gente que habita en ella y la gente de esta ciudad tiene la mente muy pequeña y una ciudad grande no les cabe entera, sólo es posible que les quepa en la mente por pedazos, cada quien tiene en su mente sólo un pedazo obligado de ciudad. Por eso esto no es más que un engaño de ciudad. Aquí todos nos conocemos, hasta los muertos, como en mi pueblo, ya no hacen más que chismear de noche porque no hay de qué hablar, ya todos se conocen y están hartos de oir sus propias historias. Cada vez que muere alguien se asoman a sus tumbas a ver quién llega, eso sí, aquí las tumbas son de losetas blancas y concreto, pero igual les crecen los cadillos y la grama y la hierba de guinea que se comen los chivos e igual andan las gallinas y los gallos de pelea de los sepultureros; luego, vuelven a tenderse sobre las lápidas y a hacer maromas en las cruces: falsa alarma, el muerto es nuevo, su historia es vieja. Pero... hablemos de usted. Ya está bueno de hablar de mí. Sí, de usted que acaba de llegar a esta ciudad para olvidar y vivir de nuevo, usted que es un hombre de pueblo, sí, pero un hombre culto, pobre pero de gran educación, esa es la orgullosa herencia que le dejaron sus padres y usted sabe que es así y se preocupa por ser culto, usted que no puede evitar ser como es, que gusta de la lectura, las putas, el pollo frito, el ron blanco y de algo tan inútil como la poesía, usted que amó intensamente, que odió, que vivió una vida trágica en su pueblo pequeño y que ahora viene a una ciudad que cree grande para olvidar. Pero muy pronto se desengañará, esta es una ciudad pequeña y aquí todo, absolutamente todo, se sabe. En una ciudad pequeña como esta lo único que se puede hacer después de cenar es chismear y acostarse, solo o con quien le parezca. Aquí la vida gira en torno al chisme, vivimos pendientes de él y sentimos constantemente su presencia como si fuera un olor, un algo invisible que une, significa y convida. Escuchamos miles de voces que conforman un solo susurro que se propaga implacable como una neblina cubriendo totalmente la noche, como un espectro infatigable y omnisciente que entra a todas partes sin llamar a agujerearnos los secretos. Aquí, como en todas las ciudades pequeñas, el chisme es el hilo que cose las vidas de todos los habitantes. Cualquier cosa que nos suceda o nos pueda suceder, a usted, a mí, a cualquiera, a todos, ya ha sido prevista o ha sido profetizada por la gente envidiosa a las que el calor no deja dormir. Es como si todos fuéramos familia y tuviéramos el derecho de meternos en la vida de todos los otros. Compruébelo, salga por ahí y converse con los más viejos, descubrirá que todos los árboles genealógicos se enredan como un enorme plato de espaguetis siendo todos familia de todos, hasta usted, que recién llega a esta ciudad, engañado, creyéndola grande, si se descuida acabará resultando familia de algún vivo o de algún muerto. A usted que llega con la intención de cambiar de vida le bastará con buscar algún familiar o conocido y resignarse a caminar su pueblo chiquito, pero entero, por el pedazo predefinido y repetitivo de ciudad que le toque vivir. Esto es un maldito espejismo de ciudad. A usted, precisamente a usted, cuando me lo encuentre con la sonrisa de bobo de los recién llegados, aún sin la prisa de llegar a ninguna parte, todavía sin ganas de matarse ni de matar (usted tiene que hacerlo, pero recuerde, no lo desea), a usted que todavía sus ganas de triunfar y de vengarse no le permiten ver la realidad, ¡Coño, présteme atención que le estoy hablando!, sí, a usted en cuanto lo vea, voy a decirle que vine aquí a morirme, pero fracasé, que si vino a morirse como yo, mejor será que se vaya, ya hay demasiada gente en esta ciudad que quiere morirse y usted ha llegado a jodernos más la cosa. ¡Váyase! ¿Qué espera? ¡Váyase! Pero el dia en que me lo voy a encontrar muy de mañana como una sobra de moro de frijoles negros, babeando en el contén los inicios de la resaca o ya de tarde por las tiendas de la calle principal celebrando las maravillas de la ciudad, no seré capaz de decirle nada de lo que había pensado decirle porque veré en usted una esperanza. Pienso que será más adecuado que ese día en que lo voy a conocer aunque sea ya en la noche cuando me lo encontraré en el “Reginas Night Club” discutiendo con el desgraciado de Mejía porque usted insiste en acostarse con la que le dicen “Maurín”, y Mejía le dice que no, que está reservada para otro y usted quiere pelear, grita y dice que tiene derecho. Sí, será así que nos conoceremos, cuando yo llegue a recoger a Maureen y usted me desafíe a pelear por ella. Yo le daré algo de dinero a Mejía y le diré que no hay problemas, a usted le diré que no vale la pena pelear por Maureen, que se podrá acostar con ella cuando quiera y cuantas veces quiera, pero no esa noche, y en vez de decirle que he venido a esta ciudad a morirme, lo invitaré a beber conmigo porque he descubierto que usted no ha venido a esta ciudad a morirse, muy por el contrario, ha venido a matar y quizás algún día lo necesite. Usted aceptará porque siente que yo no he venido a matar a esta ciudad, he venido a morirme, no tendré que decírselo, un hombre que tiene la misión de matar reconocerá la mirada del que sabe que va a morirse, del sentenciado a muerte. Beberemos y usted me contará su historia, terminará diciéndome que no le queda casi nada de los cuartos que trajo de su pueblo y yo lo invitaré a que pase la noche en mi casa, que mañana veré qué hago por usted, yo sólo diré que cumplo años, usted me felicitará, yo le pediré un favor, usted aceptará: esperará que salga a celebrar mi cumpleaños con Maureen y regrese a traerla (no será por mucho tiempo y después de todo usted no tiene dónde dormir). Nos iremos caminando, usted con dos botellas de cerveza y una de ron blanco en una funda de papel, yo con dos sandwiches de pollo y un pedazo de bizcocho con suspiro rosado envueltos en papel de aluminio para acabar de celebrar en mi casa. Cantaremos juntos, aún no estaremos borrachos, caminaremos abrazados, todavía usted no tendrá ni siquiera una estúpida razón para matarme. El día en que voy a morirme, porque usted va a matarme, comeremos juntos en mi casa, ya yo le habré conseguido un cuarto en este mismo edificio y un trabajo decente. Usted no sabrá por qué yo quiero morirme, ni le importará, a usted sólo le debe y le va a importar matarme. Ese día usted y yo nos levantaremos temprano, nos afeitaremos y yo de nuevo con la navaja de afeitar reluciente sostenida en la penumbra intentaré suicidarme, como todos los días, pero no podré evitar pensar en lo inútil de una muerte así. Ese día será igual al día que usted durmió aquí, sólo que estará planeado para que yo no tenga día siguiente ni tenga que intentar, como todos los días, suicidarme. Ese día usted se marchará temprano a su trabajo y yo al mío y de regreso me encontrará apoyado en la baranda del único puente colgante de la ciudad, intentando tirarme, como todos los días cuando vengo del trabajo, pensando en lo trivial que sería morir como una adolescente despechada. Y usted me preguntará qué pienso, y yo le diré que en la muerte, usted no dirá nada. En el camino hablaremos de mi miedo por una muerte estúpida, sin sentido, de que no existe una forma original y digna de suicidarse, del horror que sería intentar matarse y quedar vivo, del miedo que tengo de morir en un accidente pendejo o de que algún degenerado me joda por el gusto o para quitarme tres sucios pesos o, peor aún, que ni siquiera muera y quede inválido. Usted dirá que nunca ha podido entender a la gente que quiere morirse pero que comprende mi preocupación. Será lógico que sólo entienda esa parte porque usted no puede morirse, tiene que estar vivo y en perfectas condiciones para cumplir su venganza, su plan así lo exige, le preocupará que su espíritu no pueda descansar tranquilo si muere antes; es más, usted sentirá el mismo miedo que yo siento de morir insustancialmente. Usted no quiere ser un asesino cualquiera, usted tiene su víctima, yo sé positivamente que usted trama a la perfección la forma en que llevará a cabo el crimen. Porque usted no es un asesino común ni profesional, usted es un tipo de asesino especial: el asesino de una sola víctima. Sólo que aún usted no ha encontrado su víctima, mejor dicho, ignora que ya la ha encontrado. Llegaremos al edificio y lo invitaré a cenar y a tomarnos unas cervezas en mi casa para que me cuente su historia por segunda vez, usted se extrañará pero accederá, se pondrá triste, muy triste, me mirará a los ojos y me confesará que la historia que me contó aquella noche cuando nos conocimos era falsa. Usted notará que no me he sorprendido en lo más mínimo, entonces le diré que lo sabía, que una historia tan sucia no podía corresponder a un hombre fino como usted, pero que no había dicho nada porque eso no me importaba y usted me agradaba. Usted se pone más triste todavía y me pregunta si tengo familia. Un hombre que va a morir no debe tener familia, le respondo. Usted llega al límite de la tristeza, justo donde se empieza a llorar. Usted resumirá todo entre sollozos, yo pienso que no debo ver llorar al hombre que va a matarme, intento consolarlo pero es inútil, usted continúa llorando mientras confirmo todo lo que había supuesto. Repasemos su historia: usted es el hijo del escocés que se murió de pena en mi pueblo, el pobre hombre que siendo ya un viejo se casó de nuevo con una muchacha muy joven, ella lo aceptó creyendo que el viejo tenía dinero, pero al poco tiempo se enteró de que no tenía nada, sólo deudas y lo abandonó para venir a esta ciudad pensando en iniciar una nueva vida, como todos. Aquí se encontró con un tipo que había salido huyendo de su pueblo, que le dio alojamiento y le buscó trabajo, usted nunca lo conoció, sólo escuchó hablar de aquel hombre que en una pelea en la gallera empujó al hijo del alcalde contra un enjambre de abejas, el hijo del alcalde cegó por completo y su padre prometió no descansar hasta matarlo. El viejo escocés se moría de tristeza y vergüenza, pero lo mantenía vivo la esperanza de que ella podía regresar. Pero nunca regresó, aquí en esta ciudad ella murió, no importa por qué, fue una muerte común y corriente, inútil. Cuando el viejo escocés lo supo, estamos de acuerdo en que la amaba, no tuvo otra opción que morirse de la pena. Usted lo acepta, una historia nada original, vulgar, que podría pasarle a cualquiera. A menudo la verdad es tan simple que nos resulta increíble y hasta ridícula. Por eso está usted en esta ciudad, para descubrir al asesino de esa mujer sin importancia y matarlo, de esa forma vengará la muerte de su padre. Qué podemos hacer, esa es su historia, todos en esta ciudad tienen una historia, diferente, increíble, estúpida, no importa, para poder vivir se necesita tener una historia. No sabe quién es ni cómo lo encontrará, sólo sabe que el asesino está prófugo, que es un amigo del hombre de su pueblo que hospedó aquella mujer y le buscó trabajo, así que usted busca desesperadamente a ese hombre que le señalará su víctima y piensa que puedo ayudarlo a encontrarlo, por eso ha accedido a contarme su historia. Yo aún no le he dicho a usted que yo soy ese hombre y jamás se lo diré, como jamás le diré que el hombre al que se acusó de asesinarla murió de cáncer el año pasado, como jamás me dirá usted que el hijo del alcalde volvió a ver y el viejo cree que fue un milagro de Dios y me ha perdonado. Porque no puedo decírselo, porque si se lo digo, entonces ya usted no querrá matarme, y entonces usted sabrá quién soy y me dirá que he sido perdonado y entonces yo ya no querré morirme y usted se quedará sin víctima, sin venganza y sin ser asesino y yo me quedaré sin tener quien me mate de una forma valiosa, trascendente, tal como lo había planeado: usted obtenía su venganza y a la vez me ayudaba a convertirme en el muerto importante que siempre quise ser.

1 comentario:

Marcos A. Cabrera dijo...

Saludos Manuel;

Acabo de leer tu cuento y me recordó una vez, 25 de septiembre de 1971, en una loma de Vietnam cerca de la frontera de Camboya, la unidad a la cual yo pertenecía fue atacada por el Vietcong y en un combate que duró tres días perdí 32 compañeros. Antes de yo partir para Vietnam había visitado a mi padre que en ese entonces vivía en Tamboril y me dijo estas palabras "los héroes siempre son los muertos y los muertos no valen nada" Con ese pensamiento en mi cabeza en un momento de crisis, en un momento de vida o muerte, pensé en la vida. Pensé que era mejor que todo el enemigo fueran héroes de la patria de ellos y no yo héroe de la mía. Tal vez por eso estoy aquí para contar la historia. Hacen ya más de 37 años de eso y aunque mi padre murió hacen 23 años, su consejo de vida todavía llevo conmigo.

Por otra parte, no sé si eres hijo o pariente de Juan Llibre Quintana, quien falleciera recientemente en Puerto plata. De ser así quiero pasar a ti mis más profundos pesares. Aquí te adjunto un poema que le escribí cuando me llegó la dolorosa noticia.

SIEMPRE ESTARA VIVO

Que vayas en paz, Juán Llibre Quintana.

Con dolores hoy debe estar el alma
de todo aquel que se sienta poeta
también de aquellos que sólo quisieran
escuchar su voz desde la almohada.

Nadie más pudo darle a las palabras
el candor sublime que él les diera,
él dio valor al poema de Buesa
y a todos aquellos que declamara.

Siempre de sus labios habrá un poema
que yo guardaré mientras vida tenga.

Entre la jungla de la vida humana
él fue clorofila en mi primavera
dando emoción a mis locas quimeras
que hoy, son su muerte, se llenan de lágrimas.

Por siempre, él vivirá en Puerto Plata
y en todos los rincones de la tierra,
así como también en mí se queda
haciendo eterna fragua en mis entrañas.

Allí, junto a mis cosas más preciadas.