sábado, 12 de mayo de 2007

José Adolfo Pichardo: Teatro




LOS OJOS VACÍOS

Personajes:

Psiquiatra

Mujer

Marido

Otra

González

Amiga

Centinela

Los cambios escenográficos deben ir dándose de acuerdo a las necesidades y al gusto del director, aunque debemos definir que, desde el principio, todas las acciones parten de un punto específico: el consultorio de un psiquiatra.

La mujer, que tendría unos treinta y cinco años, está de espalda al momento de hacerse la luz. Ella enfrenta al auditorio con unos movimientos tan lentos que llegan a desesperar. Sus ojos abiertos e inexpresivos.

MUJER: Me avergüenza, le juro que me avergüenza hacer estas confesiones tan.... tan... tan absurdas. Sí, ya sé: según usted, nada que haga puede ser absurdo...Tendría que haber escuchado los gritos para entender que no se puede permanecer tranquilo: esos gritos trepaban las paredes y se filtraban por todas las ventanas y las puertas. Yo no quería vivir allí. Se lo dije a mi marido.

¡No quiero vivir aquí! Esos gritos de borrachos y rameras me enloquecen.

MARIDO: ¿Dónde diablos quieres vivir? Es lo único que aparece por lo que podemos pagar.

MUJER: ¡No, no! (Se arrodilla) volvamos a la otra casa, yo trabajo; puedo seguir pagando la casa anterior. (Al público) y me le arrodillaba, y eso le enfurecía, y fue cuando llegaron los maltratos... No se lo quería decir, pero los moretones en el rostro fueron bofetadas que él me propinó. (Se pasea con movimientos eróticos) ¿Le parezco linda, doctor? (Ríe) ¡Pero si se ha puesto colorado! Nunca pensé que un hombre tan.... tan... tan.... extrovertido pudiera cambiar de color ante una pregunta trivial. (Se pone seria) No me juzgue mal, doctor. Entienda que fui una prisionera de mi marido y que no podía tratarme con otras personas porque a él le sacaba de quicio. Me quería sólo para él. Le contaré un secreto: no le gustaba ni que me bañara. ¡Doctor, mi marido creía que si me bañaba era para verme con otro hombre! ¿Perfume, colonia, talco? See, ni las marcas conocía. Ahora me pinto aunque sea.... ¡Maldito, maldito, maldito! Has jorobado mi vida. Insensible, cruel, perverso, ¿De dónde sacaste fuerza para doblegar la mía?

(Toma la cartera para salir)

MARIDO: ¿Para dónde vas?

MUJER: Debo salir.

MARIDO: ¿Para dónde vas?

MUJER: Mi madre está enferma, quiero verla.

MARIDO: No está enferma, estás inventando para dejarme solo. Sabe Dios con quién te querrás ver.

MUJER: No, te juro que mi madre está enferma, si quieres acompáñame.

MARIDO: No quiero salir, y prefiero que mi mujercita se quede conmigo.

(Coloca La cartera en su lugar)

MUJER: No me dejaba, buscaba todo tipo de argumento para que yo no saliera más que a trabajar. Del trabajo debía volver derecho y puntual a la casa. Llegué hasta el grado de desconocerme. Hasta eso. Mi marido rompió todos los espejos. Le aterraba la idea de que al verme yo, despertara y me identificara como alguien superior a él. Siempre se reprochaba el que yo fuera una profesional y él no. Y para mantenernos... él nunca conseguía trabajo; yo debía trabajar, pero tampoco permitía que me independizara. Me mantuvo obligada a estar empleada, teniendo la posibilidad de tener mi propio modo de ganarme la vida y la de él, por supuesto.

Necesito ser mi propia jefa.

MARIDO: Eso jamás: lo que quieres es tener el mando y decidir con qué subalterno tuyo acostarte.

MUJER: No me trates como una cualquiera.

MARIDO: Estoy evitando que te conviertas en una cualquiera.

MUJER: (Al público) A su lado vegetaba. Sus celos enfermizos me llevaron al sótano de la inmundicia. En principio sentía vergüenza cuando pasaba o estaba al lado de los demás. Pero luego me fui sintiendo... ya pensaba como mendiga. Y un día... ¡OH, Dios! Un día me atreví.

DOCTOR: ¿Se atrevió? ¿A qué se atrevió?

MUJER: Cuando iba al baño de donde trabajaba... entraba cabizbaja. Él había metido en mi cabeza la idea de que sólo él podía soportar mi aspecto feo. Y fue la excusa para romper los espejos de la casa; de tal manera, que aunque tuviera la oportunidad de verme, no pudiera: sería un espectáculo espantoso. Sí, tenía miedo y rechazaba cualquier imagen que una vitrina de tienda pudiera mostrarme. Andaba con los ojos bajos, besando la tierra. Y si había llovido, evitaba que mis ojos se encontraran con la luz de algún pozo en la calle. El efecto, creía yo, podía ser contrario al de Narciso cuando su rostro se reflejó en el agua. Ya no era cuestión de que hubiera o no espejos, si no de que el temor de verme era mío, mío, mío. Pero ese día me atreví. (Agacha la cabeza y la va subiendo poco a poco) Y miré el espejo (Mira en el espejo imaginario) ¡No era yo! Esa cabeza pegada al cuerpo era ajena. ¡Qué horrible! Y el mismo cuerpo parecía haber sufrido una inmejorable metamorfosis. ¿Dónde había quedado mi cuerpo? ¿Qué extraño y estrambótico camuflaje se había cosido a mi ser? Y lo peor, ante el espejo grité: ¿Dónde estoy? ¿Quién soy? Y mi voz misma se escuchaba prestada. (Solloza) pensé tantas cosas. Vi lágrimas correr por las mejillas de la que aparecía dentro del espejo.

OTRA: No quiero llorar, tengo años con los ojos secos. ¿Por qué ahora?

MUJER: No quiero, no quiero llorar.

OTRA: (Sonriendo) ¿Para qué llorar? (se seca las lágrimas)

MUJER: (Sonriendo) El llanto ahoga.

OTRA: (Seria) El llanto desahoga el espíritu y limpia con su baño de lágrimas.

MUJER: Lágrimas... ¿Qué son las lágrimas?

OTRA: Las lágrimas son penas en estado líquido.

MUJER: Son dolores desentrañados que corren enloquecidos.

OTRA: Llorar... hay que llorar hasta dejar los ojos completamente secos.

MUJER: Llorar hasta que queden con la vaciedad del alma.

OTRA: Y esperar, luego esperar a que se llene el estanque de nuevas penas.

MUJER: Penas es lo que más he tenido, pero... ¿tú quién eres? Has surgido de ese animal blanco y no me has dicho quién eres.

OTRA: No lo sé, he venido para que me lo digas tú. Quizás he tenido un nombre, alguna identidad, pero lo he olvidado desde aquel día.

MUJER: ¿Qué día?

OTRA: El día en que tu belleza se hizo añicos ante la violencia de tu marido. Los cristales que cayeron sobre el piso de aquel cuartucho, fueron mi carne, y no tuve más remedio que pegarme a la tuya para sobrevivir.

(La mujer se mira de nuevo al espejo. Se pasa las manos por las mejillas)

MUJER: No soy tan fea, sólo estoy descuidada.

OTRA: Es cierto, ¿por qué no me devuelves mi identidad? ¿Por qué no me devuelves lo que soy?

MUJER: (Golpeándose el pecho) ¡Fuera! ¡Fuera dolor! ¡Fuera tristeza!

(A medida que ella se golpea y grita, la otra va saliendo como si recibiera los golpes)¡Fuera todo el mal del mundo que ha anidado en mi pecho! ¡Fuera los sentimientos espinosos que poblaron mi espíritu! (Queda exhausta) Debía hacer algo, urgentemente, ¿qué? En principio no se me ocurría nada, pero luego, sí. Tomé la idea de un joven estudiante, compañero mío de trabajo. Le observé y me di cuenta de que él llegaba bien vestido, se ponía ropa vieja y, ya en la tarde, para irse, volvía a ponerse la ropa limpia con que había llegado. Yo debía hacer todo lo contrario. Empecé a peinarme, maquillarme y mudarme ropa limpia al llegar a la compañía.

(El hombre se sienta, gira el sillón, poniéndose de frente al público. Ella recoge y le lleva el periódico)

Su periódico, señor González.

(Él toma el periódico y luego se fija en ella)

GONZÁLEZ: Señora Pérez...

MUJER: ¿Hice algo malo, señor?

GONZÁLEZ: No, quiero...quise...bueno...se ve usted...no me había fijado, es usted linda.

MUJER: Gracias

Recién me graduaba en medicina cuando me casé, pero para mi esposo era más práctico que ejerciera un curso técnico que había hecho de contabilidad y archivo.

MARIDO: ¡Qué asco! Bregar con sangre, con enfermos de toda clase para después venir a acostarte conmigo. ¡Y ni hablar de esos turnos por las madrugadas.

MUJER: Pero es lo que estudié y me gusta.

MARIDO: Lo que parece gustarte es humillarme… ¡OH, sí! La doctora casada con....

MUJER: Ya, no sigas con tu...

MARIDO: ¿Con mi qué? ¿Con mi complejo de inferioridad? ¡Estúpida! En el fondo lo que quiero es que no te vayas a frustrar... Sí, eso. Porque eres tan poca cosa con todo y haber estudiado...

MUJER: ¡No me digas eso! Por favor, no...

MARIDO: Pues no pretendas demostrar lo que no podrás: ¡Poquísima cosa!

MUJER: Doctor, ¿No ha pensado alguna vez cometer un crimen?

DOCTOR: Francamente no, ¿se siente arrepentida?

MUJER: Póngase en mi lugar: ¿Qué hubiera hecho usted?

DOCTOR: Le he dicho que no me conteste con otra pregunta.

MUJER: Visité a mi mejor amiga, ese día decidí no irme directamente a la casa, aunque me golpeara con toda el alma.

AMIGA: Eres una mujer joven e inteligente, ¿vas a soportar para toda la vida a ese sirve para nada?

MUJER: No lo puedo dejar, me buscaría hasta en el fondo de la tierra.

AMIGA; Porque es un enfermo y te está enfermando a ti también.

MUJER: ¿Y qué hago?

AMIGA: Pues, no sé, tú primero, te olvidas de mí, supuestamente porque él te prohibió todo tipo de amistad; y ahora vienes a pedirme consejo, pero tampoco te decides a llevarlo a cabo.

MUJER: ¿Por qué te muestras tan... tan... apática? Haré lo que me digas, ¿qué hago? ¡Dímelo!

AMIGA: ¡Ay, no sé, no sé! ¡Mátalo, si quieres, pero no me molestes más!

MUJER: Cuando llegué a la casa... tal como lo pensé: fueron los últimos moretones, los que más tardaron en borrarse.

DOCTOR: ¿Por qué no me lo confesó desde el principio?

MUJER: Tenía la esperanza de que no me pudiera demostrar nada, si ocultaba que entre mi marido y yo no había dificultades por lo que pudiera cometer el hecho.

DOCTOR: Y ese sadismo suyo, ¿por qué hizo esa barbaridad de...?

MUJER: (Sonriendo) ¡Ah! Fue mi especial venganza. Se me ocurrió en el momento. Después de los golpes me obligó a prepararle cena. Con la cena le di jugo, y con el jugo, varias pastillas de las que yo estaba tomando para dormir. Cuando quedó profundamente dormido: lo amarré, lo anestesié y luego le extirpé el pene; se lo puse en la boca y después lo desperté. Cuando abrió los ojos y se encontró con la maravilla de su propio espectáculo, le sonreí para, al momento, abrirle con el bisturí, el corazón. Y le grité: ¡no soy tan poca cosa, maricón!

DOCTOR: (Llamando) ¡Centinela! (Entra la mujer policía) La sesión ha terminado.

(La mujer policía toma a la paciente por un brazo y se encamina hacia la puerta)

DOCTOR: ¡Ah! (La mujer se vuelve) En cuanto a su pregunta: yo hubiera hecho lo mismo.

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