sábado, 12 de mayo de 2007

Jhovanny Marte Rosario: cuento

(Tango para dos: Olga Sinclair)


Mi nombre es Jhovanny Marte Rosario. Nací en Estancia Nueva, Santiago, un 18 de mayo del 1974. A los dos años de edad mi padre decidió mudarnos a la capital del país y retornamos a Santiago cuando yo contaba con 12 años de edad. Mis años de estudio fueron una pesadilla. Para entonces llovían a cántaro los golpes, boches, pescozadas y subestimación en las aulas a tal grado que la mediocridad académica no duró mucho en aflorar de mí. Eran los tiempos de los maestros dinosaurios. Esta nube de mediocridad llegó a arropar también mi adolescencia. Mi padre era propietario de una fábrica de blocks en la que debíamos laborar desde la mañana hasta la tarde, a veces solíamos ir de madrugada a coger agua para las tinas. Mi madre era todo lo contrario al carácter de mi padre. Era dulce, pero estricta algunas veces. En la escuela le temía a la matemática en especial. En el recreo solía retirarme a los rincones del patio para desde esa arista contemplar a los otros niños vocear. La adolescencia fue rebelde y escandalosa, pero llena de ensueños. Esta si que la gocé a plenitud. La calle se convirtió en mi universidad. A los 16 años empecé a descubrir un mundo nuevo en los libros. Ellos se convirtieron en mi refugio. Entonces leía con patología cualquier cosa. La lectura, como una droga, me dio cabida en su seno y leía y leía, al tanto que la gente murmuraba: se va a poner loco el muchacho. Y esa crítica en vez de hacerme abandonar los libros me acercaban más a ellos. Tal vez porque lo prohibido es más atractivo para el ser humano. Quizás porque a nadie nos gusta que nos jodan. Nunca he llegado a la universidad y no ambiciono llegar a ella ni por asomo, tengo miedo de que mi aprendizaje se vaya a descomponer para mal al llegar allí. Mi vida no la concibo sin los libros. Ellos son mi fe mi religión y mi dios. No concibo nada fuera de ellos. La gente dice que escribo bien y yo les creo como un imbécil y escribo y escribo. Entonces ahora, leo y escribo, leo y leo y escribo, leo, leo, leo y escribo. Soy ateo, o no bueno, creo que soy agnóstico que pienso que es la misma cosa. Mi Biblia es “El hombre mediocre” de José Ingenieros. Tengo alma de Quijote, corazón de lobo estepario y piel de Sartre.


La paranoia

Por: Jhovanny Marte Rosario


“Hay quien cruza el bosque

y sólo ve leña para el fuego.”

Profecía Hindú

El solemne silencio del bosque era alterado tan sólo por el intermitente gorjeo de un pajarito. Por tal razón, Mario se inclinó al suelo, asió una piedra, se incorporó y sin mediar palabras se la arrojó, la que al súbito y mortal impacto, lo reventó.

Claudia hundió su rostro en las manos para no verlo sufrir. Al tanto que el pajarito estremecía las escuálidas patitas, agonizante, bañado en su propio charcuelo de sangre. Entonces sin más vitalidad biológica, entornó sus ojitos, los volvió hacia arriba, chió y exhaló su espíritu, arrojado de costado en la hojarasca.

Ella volvió la mirada a Mario, luego al occiso, dejó escapar un suspiro de molestia, terminó de engranar la cremallera de su vestido, agarró su cartera y hurgó en ella, nerviosa. Él, desorientado, buscaba algo más con los ojos. Merodeó por las inmediaciones. Revolvió los tupidos arbustos, trepóse a un ébano verde. Volvió su mirada a los cuatro puntos cardinales cual radar activo. Descendió del árbol y siguió buscando ese algo como perro sabueso, mas nada avistó. El mutismo del ecosistema pareciera como si actuara en connivencia con las malas acciones humanas.

Mario, todavía en ascuas, se acercó a ella y le acarició el hombro izquierdo con la mirada perdida en lontananza, ella quien a la sazón se acicala el rostro con maquillaje, viéndose en un espejito, dijo:

— ¿Por qué lo hiciste, amor?

— ¿Qué cosa, mi vida?

—Lo del ruiseñor. ¿Por qué lo mataste?

—Era un soplón.

— ¡Estás loco! Era sólo una avecilla.

— ¿Loco? El canto de un pájaro revela la presencia de algo.

— ¡Bah! ¡Estás paranoico!

— ¿Qué? No soy tonto. Si tu esposo se entera de que estamos juntos, ninguno de los dos viviremos para contarlo.

La tarde, ya moribunda, daba paso a la sombra de la noche, mientras que el velo denso de los ojos de Mario se fue desvaneciendo concomitante al silencio reinante del ambiente. Consumado el pecado, ambos recogieron sus pertenencias. Entre ellas, un lienzo escarlata el que sirvió de lecho para saciar su voluptuosidad. Finalmente se marcharon tomados de la mano, casi a hurtadillas. Atrás dejaron a la intemperie: una botella vacía de vino tinto, rastrojos de uvas y un pequeño cadáver...

1 comentario:

Marcos A. Cabrera dijo...

Estimado y desconocido amigo Johvanny;

Ante todo quiero decirle que me gusta su estilo. Me fascinó la crítica que vi de su parte en los tragbajos poéticos de José Acosta. Yo soy un guerrillero de muchos caminos que desde que salí de nuestro país he caminado medio mundo con la sola fe que mi propio éter. Aunque nací en Estancia Nueva como usted, me declararon en Moca y por oficialidad soy mocano y no santiaguero. Amo los libros como dice usted; leo, leo y escribo. Mi poesía es un poca anticuada con relación a lo que se escribe hoy día ya que la mayor parte de mis escrituras son odas, sonetos y undecadovis, alguna que otras sestinas y endechas pero muy pocos versos libres. Pronto haré un viaje a mi país y estoy gestionando la forma de publicar un par de libros allá además de colocar en algunas bibliotecas dominicanas uno que estoy publicando ahora en el exterior. Aquí le envío algo de mi propio estilo. "UNDECADOCI"

SAVIA DE MI PENSAMIENTO

Tu amor en la ausencia es un veneno.

He tratado de existir sin tus besos
hilando en desamor todas mis horas
y es como beber de vacía copa
algún perfume que dejara el viento.

He tratado de controlar el sueño
y evitar el dolor que me provocas
pero el ansia de ti aún me ahoga
y te sueño hasta cuando estoy despierto.

Tu pasión fue de mis arenas ola
en los vaivenes de mi vida loca.

Estar lejos de ti es un infierno
que todos mis sentidos los transforma
al futuro cubriéndole la sombra
de tu distancia y de tu silencio.

No sé si quizás tendré tu regreso
con las estrellas de una noche sola
o si ya, sólo vivirá en mi alcoba
el sublime aroma de tu recuerdo.

Tú, eres savia de mi pensamiento.
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Aquí uno de mis sonetos escrito para una de mis nietas, de los cuales tengo 266.

GWENAVIERE

Una muñeca se parece ella
su pelo negro y su carita blanca;
de fulgores se llenan sus miradas,
la piel de armiño en sus manitas tiernas.

Sin duda que ella ha de ser una estrella
de las que alumbran nuestras esperanzas,
que sepa digerir las enseñanzas
y de la vida hacer lo que ella quiera.

De pronto ya seis meses ha cumplido
su cuerpito se eleva como flor
y buscan lo imposible sus deditos.

Sentí el latido de su corazón
y de sus pupilas miré un abismo
con flores blancas y con mucho amor.