jueves, 31 de mayo de 2007

José D'Laura: Cuento


JOSE D׳LAURA:


Nació en Santiago de los Caballeros. Es locutor, y uno de los más importantes críticos de cine de nuestro país. Por varios años se desempeñó como profesor de la cátedra de Cine Latinoamericano en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. En el diario “La Información” publicó su columna de crítica cinematográfica “Entre el Espanto y la Ternura”. Cuentos y artículos suyos han aparecido en publicaciones del país y del extranjero.

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Un eclipse de sonrisa se dibujó en sus labios. Lejana, y perdida en algún rincón de mi memoria, estaba aquella Pura Sonrisa que me había atravesado las zonas oscuras de la razón y pobló de luz y colorido mi vida estéril y transparente. Su pura sonrisa, el estigma de mi perdición, el pasaporte que me regresaba de mis cotidianas ausencias, como cuando volvemos por un túnel oscuro que nos conduce a una estancia paradisíaca. Su pura sonrisa, la señal más idónea y cabal de su inocencia, de la honestidad de su entrega, de la pureza que anidaba en su alma. Sólo un ángel puede reír así. Con una sonrisa franca, redentora. Reía cuando me llevaba de la mano a los sitios más inhóspitos para hacer el amor: debajo de la mesa, dentro del closet, en el interior del auto, como si fuésemos dos amantes temerosos de ser descubiertos (como efectivamente lo éramos) lo que le daba un toque de aventura prohibida que matizaba aún más nuestro goce. Reía, cuando saltaba la verja de la Iglesia San José luego que un celoso celador nos encerrara para cobrarnos una irreverencia. Reía, debo repetirlo, con su Pura Sonrisa, cuando jugueteaba a maquillarme de payaso con su estuche de cosméticos inútiles. “Ni soy india apache, ni estoy en guerra” y volvía a reír, a llenar el espacio con sus primaveras, con su energía, y me tomaba de las manos y me daba seguridad. Recordé aquellos versos, de dudosa calidad artística, que le escribí en nuestra primera madrugada:

Amaneciste con el pelo transparente
renaciste en mi, plena, mañanera
descubrí tu alma
y mi locura por tus labios
siempre rosa
y tu sonrisa eterna.

Su rostro se derritió en tristeza. Como un globo al que se le escapa el aire, paulatina pero inexorablemente. Sufría. Parecía envejecer a una velocidad espantosa. Quedaba definitivamente atrás la adolescente que paseaba desnuda por la playa y me invitaba a adentrarme al mar y a su cuerpo, a sabiendas de que pasaríamos días interminables de ungüentos y suplicios. Ya no era ella sino su sombra. Intentó decirme algo, pero la idea se le escapó y sólo ejecutó el gesto absurdo de quien quiere hablar y no puede. Se turbó y, de la vergüenza, quedó petrificada. Cabizbaja, sin saber qué hacer ni decir, me dio la sensación de estar frente a un cadáver. Porque me quería, prometió sería el último en enterarme cuando ella muriera. Esta única razón me ataba al pensamiento de que aún vivía. Sólo cuando se ama en demasía, somos capaces de mostrar nuestros verdaderos rostros, con nuestros defectos y nuestras inseguridades. Frente a mí estaba ella, absolutamente indefensa y desnuda. La que veía era su auténtica cara, la misma que tantas veces protegió escudándose con su cinismo despiadado cuando algún hombre la flirteaba. Reparé en un detalle: su cara estaba exenta de las huellas eternas que marcan las lágrimas derramadas en el nombre del amor.

Sus ojos volaban como gaviotas asustadas. Era evidente: la oprimía el temor a mirarme y caer en el vacío del llanto. Ambos temíamos que alguna lágrima inoportuna se deslizara mejilla abajo. Las consecuencias eran imprevisibles y, en un momento como el que vivíamos, la sombra del suicidio flota por encima de nuestra razón y se mantiene amenazante, como esas nubes grises que ensucian el cielo en las tardes de verano. Sus ojos asustados estaban habitados por la amargura. Busqué en sus pupilas nuestra verdad y sólo pude hallar un mundo de dudas y vacilaciones. Pensé en su extraña manía de verse al espejo a toda hora, incluso cuando nuestros cuerpos se entrelazaban en la afanosa lucha por el placer. “El espejo nos dice quiénes somos en realidad”, me repetía con una autoridad que me pareció más apropiada para Borges. Sus ojos de castor enamorada irradiaban infancia, cuando comía, en cantidades industriales, helado de chocolate después de hacer el amor. Ahora eran los ojos tristes de un niño que ha cometido una travesura y sabe que lo van a castigar, pero no pide clemencia porque sabe merecido su castigo. Se sabe culpable. Pero, ¿qué travesura había cometido ella?, ¿quién quería castigarla?, ¿acaso el castigo era marcharse dejando a un lado nuestro maravilloso idilio?, ¿no sería eso un castigo para mí?, ¿qué travesura había cometido yo?, ¿por qué tenía que castigarme de esa manera?, ¿no había posibilidad alguna de resolver esta situación?, ¿por qué tenemos que expiar nuestras culpas con sufrimientos?, ¿acaso no basta con aceptarlos y aprovechar la lección?, ¿cuál era la lección que nos dejaba esta travesura?, ¿cuál travesura?, ¿acaso no éramos dos personas que buscaban entre la multitud de transeúntes autómatas alguien para compartir nuestras vidas?, ¿es eso una travesura?, ¿había sido esa nuestra falta?, ¿a quién?, ¿a quién le habíamos faltado?, ¿por qué teníamos que pagarle con nuestro pesar?, ¿merecíamos esto?; Por todos los santos, ¿era absolutamente necesaria su partida?

- Hasta el cielo –me dijo, dio media vuelta y se fue tal como llegó: ingrávida y envuelta en una nebulosa de sueño.

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Miércoles, 15 de junio.
Juego al amor con todas las cartas sobre la mesa. Me precio de ser auténtica conmigo misma, con lo que pienso y lo que hago. Por eso no quiero convencerme de que no lo quiero, sería pecar de hipócrita. Quisiera, más bien, conciliar mis afectos encontrados. Pienso que un simple “Hasta el cielo” no es suficiente para dejar atrás estas semanas de plena felicidad y de insufrible angustia, emociones que van de la mano, como hermanas inseparables. A veces, nos olvidamos gozar nuestra felicidad por angustiarnos pensando hasta cuándo durará. No sé cuán difícil resultará nuestro definitivo adiós, pero yo más que nadie estoy consciente de lo inevitable de mi partida.

Jueves, 16 de junio.
El amor ideal y, por ende eterno, no existe: eso lo inventó Shakespeare, con tan pobres resultados que prefirió suicidar a los amantes desconsolados, antes que rendirle cuentas al mundo por su absoluto fracaso. Nuestros amores ideales están limitados por el tiempo, nunca son eternos. Más aún, nunca vamos a ellos confiados, sino que llevamos con nosotros las sombras de nuestras imperfecciones: nuestros odios, nuestros olvidos, nuestras heridas, nuestro egoísmo. Siempre tememos ser engañados. El amor es magia. Nos horripila la idea de ser las víctimas del acto de magia del amor, no sólo porque el auditorio está conformado por las personas que nos son más cercanas: padre, madre, hermanos, tíos, abuelos y amigos, sino porque sabemos que la burla es el final obligado del espectáculo, que todos esperan para llorar a carcajadas, satisfacer su morbo y celebrar nuestra infelicidad.

Sábado, 18 de junio.
No todos estamos dispuestos a inmolarnos en el nombre del amor.

Domingo, 19 de junio.
Nunca estamos del todo en nosotros mismos. Siempre subordinamos la posible felicidad a los límites de nuestro miedo. En la mayoría de las veces, no somos dueños de nuestros actos, casi siempre somos incitados por otras personas a hacerlos. Nuestro tránsito se realiza a merced de los demás, ellos deciden qué rutas son convenientes. Recuerdo perfectamente la primera vez que besé un chico. Sucedió en el Teatro Colón. El colegio donde estudiábamos organizó una función de “La guerra de las Galaxias”. En un momento dado, aproveché que se me acercó, le tomé la cara con furia y lo mordí. Su confusión fue mayúscula y apenas atinó a decir: “Sólo quería decirte algo...”. Entonces comprendí que estaba loca por él y sudé las fiebres más complejas cuando lo veía llegar y sentarse a mi lado, ausente de todos mis sufrimientos. Lo odié con todas mis fuerzas, hasta que otro de la clase me hizo sudar fiebres de nuevo. Conocí el amor, el odio, el sufrimiento y la angustia por medio de otros que ni cuenta se dieron.

Lunes, 20 de junio.
No todo es tan fácil como ser niños en la cama, drogarnos, descifrar las letras de la última de Michael Jackson y besarnos con fiereza. No sé, a veces desarrollamos los afectos más sentidos y profundos por los seres más humildes. Como él. Con su locura cotidiana, con su particular rebeldía contra cualquier cosa, con los arrebatos para el amor (tengo una colección de blusas desgarradas), con su dejo de permanente ausencia. Mis sentimientos se hacen nebulosos, transitan por la estrecha línea que separa la admiración y el deseo. Dudo sobre si le quiero más que admirarlo o le admiro más que quererle. Podría parecer cursi, pero quiero escribirlo: la seguridad me embarga cuando me toma de la mano y me estrecha hasta sentir los latidos de su corazón con los míos.
Hoy me sorprendí llorando mi felicidad frente al espejo.

Martes, 21 de junio.
La vida está segmentada en piezas de felicidad y frustraciones que se alternan al azar. Si así lo decido ejercitaré el derecho a mi pedazo de felicidad, venceré mi miedo, pero mi libertad se verá seriamente limitada. Todos sabemos lo terrible de vivir en soledad, pero pocos reconocemos que, cuando el amor se hace costumbre, nos convertimos en adictos de nuestra pareja. Y eso nos cohíbe. Llega el tiempo en que dos se vuelven uno, es decir, se convierten en dos medios. Si estamos solas, somos incompletas, si no lo estamos también. Es frustrante, pero es la realidad. Nos pasamos una vida entera obsesionados con la idea de la felicidad para terminar llorando de impotencia al comprender que una abstracción, por su propia condición, es algo inalcanzable. La única felicidad posible es la que se vive a retazos.

Miércoles, 22 de junio.
Soy feliz. Ahora lo sé con certeza, cuando veo ese hombre simple, ese cuerpo menudo y desnudo, con su sexo en reposo, que se acerca trayendo consigo el premio a mi amor: helado de chocolate.

2 comentarios:

Xiomara Perez dijo...

Señor D,Laura, se que usted es uno de los mas destacado en los conocimientos de literatura, una vez participé breve mente en uno de sus talleres, necesito analize usted un pequeño párrafo de mi escrito, para que pueda determinar el genero que estoy usando y digame si puedo participar con este en el concurso actual de la Alianza Cibaeña?

Xiomara Perez dijo...

Mujer es en estos tiempos tan acelerados, como llevan al reloj a deshoras y a velocidad infinita, acortando las horas en su honor y desdicha, mujer, en busca de respuestas, alternando con las fantasías, mujer entrenando el error en cada espacio, en cada tiempo de su historia, retorciendo el segundo que vomita la conducta humana, víctimas del ahogado hurto del mundo empeñado en el abismo vociferando su veneno, tejido de trampa, al dominio en su convenio especulando una alborada, una aurora que no brota un sol resplandeciente, un mañana enfermiza que obedece a la locura, porque ya cualquiera se vuelve esquizofrénico de la nada, ya se necesitan miles de psicoanalistas para alimentar una falsa creencia, falsa solución al problema, ya crecemos y ya hacemos preguntas, ya se cuestionan en el vacío de sus mentes cochambrosas un ideal por la perfección, el cual los hace culminar al descenso senil de su fortaleza en el perfil del abandono mismo de su propio yo.
Mujer, particular esencia de patrones fumigados por la tradición y a la que yo estimo le pesan las costumbres arraigadas por la oriunda sociedad, la que se empeña en destilar su rocío de a golpes, escondiendo la miel, para arrojar en su esfera basura y miseria, yace en un mar de peces soportando el desahucio de sus ganas, repartiendo vulnerabilidad y patadas, al educar sus conductas en piedras calcinadas y nada mas, con la equivocación y la rutina de un pasado que hiede y estampa sus huellas y cede sus armas a un obstáculo ruin que sabe a terror y que fomenta la imparcialidad, y con la realidad de un mundo de hombres machos envueltos en el manto contaminado de una formación errada crianza indisoluble expuesta por la misma sociedad.
No hay igualdad en un yugo desigual, al realizarse por completo toda mujer, en el desafío de sus emociones, mujer, excepcional, ¿Cuál eres tú?, que persigues, cuales son tus anhelos, por pura fe, luchas en tu estadía, desvaneciendo tus sueños, eres tan fuerte como dices, o solo sigues un cuento. ¿Por quién trabajas, porqué te esmeras, a quién le entregas tus ímpetus o tus orgasmos reprimidos, a quién tus besos de pan y a quién te atreves a regalarle tu hambriento destino?
de ellos y sacar su mejor provecho, se avienta al futuro, con esperanza y desvelo, se jacta del mundo y no tiene vergüenza, y sus palabras no dan al vacío, ya es como veleta que lleva el viento y sirve de muletas a muchos que no han superado sus mismos miedos.
Esta vez una mujer está totalmente desnuda, pero no es la desnudez del cuerpo de la que hablo, , sino de la desnudez del alma, de la sustancia del silencio y de los escombros del reflejo del viento, una mujer aprisionada en una prisión envuelta en alforjas, si era ciertamente increíble, su cuerpo ardía en los tuétanos de sus huesos, dormido en el cansancio de esas piezas roídas por el calcio, por el desahucio y el desenfreno del afán, aguijones afilados empeñados en hundir su filo en el amplio mar de confiabilidad que retorcían el ceño de cualquier ser común, olía a un mar de pesadumbre, se había hastiado del perfeccionismo...