martes, 31 de julio de 2007

Carmen Pérez Valerio: poesía

(Olga Siclair: Personaje)



Carmen Pérez Valerio. Nació en Santiago de los Caballeros, República Dominicana, el 7 de marzo de 1960. En 1985 obtuvo el título de Licenciada en Educación –concentración Filosofía y Letras- en la hoy Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, donde más tarde pasó a laborar como profesora del Departamento de Humanidades y directora del Departamento de Publicaciones por varios años. Actualmente es encargada de la Unidad Editorial de la Dirección de Comunicaciones Corporativas de la misma Universidad y asesora cultural del Ateneo “Amantes de la Luz, Inc.”, institución cultural centenaria de la República Dominicana.
En 1988 realizó estudios en la Universidad Tecnológica de Santiago, obteniendo el título de Magíster en Ciencias de la Educación -concentración Investigación Educativa-. Ha realizado estudios de postgrado en Cultura Afroiberoamericana, en la Universidad Católica de Santo Domingo, conjuntamente con la Universidad de Alcalá de Henares, (2000). Además, estudios de Formación y Capacitación para Editores Universitarios, organizado por el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe, en San José, Costa Rica (1993).
Ha desarrollado una amplia labor de vocación y servicio en la promoción cultural, en su ciudad natal, por más de 20 años. Desde muy joven estuvo integrada a la docencia y trabajó en la Formación de Maestros Primarios en la Escuela Normal “Emilio Prud’Homme” por más de 15 años. Se desempeñó como directora de secundaria en el colegio de La Salle de Santiago, profesora de secundaria en varias instituciones educativas de Santiago, y directora del Instituto Juan Pablo Duarte.
Es editora fundadora de la revista “Amantes de la Luz”, así como fundadora y líder de grupos y tertulias literarias. Como gerente de Cuesta Centro del Libro en Santiago, fundó y dirigió por varios años un ciclo de conferencias semanales sobre diferentes tópicos del ámbito científico-cultural.
Ha publicado trabajos de ensayo y artículos en periódicos y revistas, así como dictado múltiples conferencias y conversatorios sobre tópicos culturales, educativos y crítica literaria. Algunos de sus trabajos poéticos, narrativos y ensayísticos han sido publicados en las antologías literarias del Movimiento Interiorista; en la antología de la Poesía Contemporánea de Santiago, en al Revista Amantes de la Luz, en la Página Web de Palavreiro, Palabra Diversa, entre otros. Es autora de los poemarios Rumor Cotidiano, Canto a la muerte enamorada, y el libro de ensayo Paisaje de Luz, en homenaje al pintor santiaguero Leo Núñez.
Ha colaborado, además, en varios proyectos de investigación de la Regional de Educación de Santiago, el Plan Estratégico de Santiago, la Secretaría de Cultura, produciendo varios documentos que han sido publicados en formato de libros.
Presidió por dos años la Centenaria Sociedad Cultural “Ateneo Amantes de la Luz, Inc.” de cuya directiva es actualmente Secretaria General. Desde esta institución ha venido
realizado un amplio trabajo cultural, así como aportes significativos encaminados a la captación de recursos, la automatización de la biblioteca, la implementación de sistemas tecnológicos para el acceso a las informaciones, el resguardo del patrimonio cultural, entre otros.
Ha sido miembro de las directivas de la Sociedad Cultural “Alianza Cibaeña”, de “Casa de Arte”, y del Instituto Duartiano de Santiago. Además, dirigente del Ateneo Insular y cultora del Movimiento Interiorista.

Por su labor de promoción cultural ha recibido reconocimientos de la Secretaría de Estado de Educación “en atención a sus méritos intelectuales y estéticos, su valiosa ejecutoria cultural y su aporte creador al desarrollo del arte y la cultura en la República Dominicana”, (2000); del Ateneo Insular, Inc., “por su valiosa contribución intelectual, espiritual y estética a favor del crecimiento literario del país expresado en su apoyo al Movimiento Interiorista con su labor de organización, promoción y creación”,(1999); reconocimientos del Ateneo “Amantes de la Luz, Inc.” (2000), del Colegio Cardenal Beras (1998); de la Escuela Normal Superior “Emilio Prud’Homme” (1998), del Círculo de Escritores de Santiago (1995); del Programa Ser Mujer; del Ayuntamiento de Santiago (2007), entre otros.




RUMOR COTIDIANO

POR CARMEN PÉREZ VALERIO




OSCILANDO EN AURORA

He aquí mi frente
abierta al sol
templo de palabra
y silencio
lienzo amurallado
oscilando en aurora.



DESCIFRANDO LA MEMORIA

Transito el asfalto
descifrando la memoria.
Camino los extremos.
Percibo esa otra forma
que atrapo y se diluye.
Trazo líneas sobre piedras.
Invento números para fechar durezas,
luces encendidas,
eras,
hombres desnudos.
El fuego arde en la neblina,
en la amapola,
y sobre mi cabeza
el tiempo,
siempre el tiempo.



SUEÑO INÉDITO

Frente a mí
la ciudad inerme,
mutación de ausencia
endurecida en el viento,
arcilla que bebe
el sabor del mar.
Recorro su espacio,
plenitud sensible
en el instinto del barro,
sueño inédito
de las cosas sin nombre
que el rostro evade.
Camino sin prisa
hacia la posibilidad de la presencia
retenida en la verdad de su forma,
y mis ojos ya paisaje de lluvia
regresan al manantial.
Todo fluye en el redil de la tarde,
palabra,
línea,
imagen y silencio…
la multitud me acoge
en su rumor cotidiano.



LEJOS DE MI

Sola,
lejos de mí,
bebo el azul amanecido,
la inmensidad de calles
entrecruzadas.
Vivo y pienso.
Discurro y muero.
Cualquier lugar
es un refugio distante,
cobijo del fuego inquieto
en duelo con la brisa.



LADRIDO JUNTO AL OCIO

Hoy
me sorprende la noche
en el cansancio de un día más.
Recorro las mismas calles,
justifico su presencia
en el gesto que acontece.
Repaso su piel extendida
en el umbral del luto.
Repito el saludo
que apenas se escucha
y escucho.
Todo gira en este ser y no ser,
en el ladrido junto al ocio
que vaga hasta quedarse dormido.
Sentir,
seguir siendo.
Al despertar
se vuelve a las mismas sombras,
con los mismos fantasmas.
Pasan los minutos,
las horas,
el día
apaciguado en el sueño.



LIENZO DEL TIEMPO

¿Qué afán mueve
el pincel de espuma
que arranca la vida y la florece?

Así esperamos
en el lienzo del tiempo
el olvido que la retorna.



SENDEROS DE OLVIDO

¡Oh barro que me acoges!
¿Qué extraño vínculo nos une?
A veces me siento profunda en ti,
y otras,
lanzada al vacío de tu soledad.
¡Oh manantial
que late en mi sangre!
No sé si me recorres
o si deambulo
por senderos de olvido.
Todo nace en ti
y todo muere
en este latir constante,
en esta quietud inquieta de la tarde,
en la incertidumbre de un amanecer
que no sabemos si llegara.
¡Oh extraño juego de la memoria!
que muere cada día,
que crece desde sus entrañas
y desciende por tu cabellera verde
tras la huella de pasos borrados.
En algún lugar me habitas y te habito,
dispersa,
diluida,
descendiendo por tus abismos
o navegando el azul
entre dos cuencas de llanto.



CUANDO CAMINO

Tras esta ventana
se desvanecen las formas
cuando camino.
Me detengo…
y soy olvido.



UNA VOZ ALLÁ AFUERA

Una voz allá afuera
me llama.
Abro la puerta.
Camino repitiéndome
en las paredes y el asfalto.
De regreso,
si sombra se alarga
en su fatiga;
sin embargo,
aún escucho mi nombre
calle abajo.
Alguna vez
he de encontrarme.



ME BESAS LA MIRADA

Me besa la mirada
y me entrego
a este mundo real,
alucinante…
buscándote,
buscándome
en la vorágine de lo absurdo,
del límite,
de lo incomprensible.
Te nombro
y me encuentro nombrándome.
Un grito.
Un eco.
Vadeo la anchura
desangrándome en cada paso.



RODANDO EN TIEMPO

La piedra observa lo duro de su forma,
el frío corazón que justifica su existencia.
Yo, que sólo entiendo de mudez,
busco en el tacto su memoria,
en el fuego de la caricia inocente,
en el pecado de Magdalena
y mi duda rodando en tiempo.
Algo muy parecido a la nada
se dibuja en el silencio de tu vientre,
efímero en la mirada que empieza a entender.
¿Cuántas vidas tocaron tu cuerpo aniquilándose?
¿Cuántas muertes se refugian en mi morada?



CAMINO SILENCIOSO

El abismo de la noche
me observa
como un escarabajo
que se suma a la vigilia.
Lo acojo en mi insomnio,
camino silencioso que se alarga,
y vuelvo al alba,
corriendo el día
hacia ese otro olvido
que aguarda impasible,
hueco endurecido
donde anidan mis cosas
sin saber si me reconocen.



ASOMBRO DEL SILENCIO

El asombro del silencio
se recuesta en la calle,
repetido en mi
devora su propia muerte.
Un semáforo
marca nueva ruta.
Avanzo…
y un leve temblor
resucita la luz
en la transparencia
del asfalto.
Todo gira
en su instinto de ser.




DESVISTIÉNDOME

El sonido de un tamborcorre calle abajo.

Olor a ron y sudor

llega de los cuerpos desnudos de la noche.

Desde aquí,
un gato maúlla,
y puedo ser yo desvistiéndome,
adentrándome a tus rincones
de luces artificiales.
Algún borracho en el contén
recuerda su miseria
precipitándose a la nada.
Camino sin prisa,
esta calle podría terminar
en cualquier esquina
o continuar infinitamente
hacia otro día,
y ya no escucharía al gato
que continúa maullando.



INVENTANDO FORMAS

El sol me baña
y me contiene.
Somos extraña sinfonía
inventando formas
sobre el camino.
Me extiendo en imágenes,
en contornos,
y me sorprendo
tratando de alcanzarme.



MADURA DE PENUMBRA

Esta noche envejece
hacia el día que la muerde,
hacia el amparo del musgo
que la abruma.
Esta noche
es otra noche que se abre
a lo oscuro de su forma,
rasgando con sus raíces,
desquebrajada en aliento y ceniza.
Esta noche se multiplica hasta mi orilla,
madura de penumbra.



REGRESO AL SUEÑO

Regreso al sueño
disperso en la huella,
corteza de murmullo
conjugado en caracol.
Avanzo
en el ropaje que se ahueca,
acumulando distancia,
retornos,
voces.
Mi sed
no es de azul ni de horizonte,
me viene del alba
renacida en la amapola.



EN PLENITUD

Sólo hay calles,
pies desnudos,
horizonte que agoniza,
noche naciendo
bajo el ala que pasa.
Me detengo en la brecha
vigilante de la penumbra
a escuchar el rumor del vuelo,
y mi corazón se posa
en el remanso del viento.
¡Qué aliento sigue la quietud!
¡Qué mano enciende destellos
de luz sobre el pavimento!
Trémula, acompaño su andar
en plenitud de conciencia.



RÍO DE AMAPOLAS

Este caminar
me lleva a la imagen
parida del barro.
Escribo su nombre
y un río de amapolas
se desliza con la neblina
inventándose.


MIRADA RODANTE

Despierto
y entra de golpe el día
aferrado a su existencia,
confundido en sus voces,
con sus brazos extendidos
en la caricia
atrapando caracoles dormidos.
Me defino en su contorno,
en su mirada rodante
en la confusión del regreso
y nuevamente despierto
corriendo hacia mi,
buscándome
en cada rincón de la casa,
escribiéndome en páginas sueltas.


DESNUDEZ DEL REFLEJO

Camino la lluvia,
la desnudez del reflejo,
esa otra verdad bajo mis pies
de colores difusos,
inconclusos,
diluidos en signos.
Y nuevamente
la lluvia,
la neblina,
en su vaguedad
danzan mi regreso.


SINFÍN DE VOCES

Vibro en el fluir de estos pétalos,
surco su forma
y un sinfín de voces hieren
la conciencia tímida del recuerdo,
el dolor,
el silencio,
este caminar por lugares espaciosos,
el desencuentro.
Pasos,
más distancia,
la angustia de vivir precipitándose
hacia esa otra verdad,
la verdad del olvido y el abandono,
del no ser y tener la certeza
de este latir constante,
de tantos seres repetidos
en la memoria,
cabalgando sueños,
para desembocar en la hondura
de tus ojos inciertos
por donde asciendo
sin comprender
porqué se deshojan las mariposas.



NADA ME ES FAMILIAR

Hoy nada me es familiar.
La ciudad llueve
Anónima,
Insondable.
No reconozco mi nombre
ni mi estatura
desdoblada bajo el pavimento.
Un semáforo
ordena a mis pies detenerse,
sin embargo sigo avanzando
hacia la próxima esquina
y solo recuerdo
su luz roja intentando
alcanzarme.
La sigo con la mirada
hasta perderse en esa otra esquina
que no veo
pero presiento.
Ya no corro,
al fin he llegado.


EXTRAÑO LABERINTO

Detrás de esta ventana
hay un espacio que habito
y me habita,
un latir de barro,
a veces un grito
-extraño laberinto
de mi sentir-
en río de amapola
se escapa por las venas
y me besa,
me besa.
Despierto en el musgo,
florezco con el viento
y de nuevo te encuentro
en la cruz.


MUECA SIGILOSA

Distancia,
ausencia,
insensible faz de la muerte
con su mueca sigilosa,
el otro rostro de la luna.
Eternidad
palabra,
solo palabra,
enigma profundo de la luz,
abismo inventado
para desafiar a los dioses.


DANZA INFINITA

Te busco en unos pasos
que envejecen,
en la danza infinita del viento,
en el oleaje del padre.

¿Dónde están tus huellas

que ya no marcan el regreso?


HILANDO TU ROSTRO

Me sorprendo entre rocas
elevadas sobre voces,
hilando tu rostro
en la confusión y el delirio.
Emerjo en surcos y anocheceres,
en el perdón que gravita
el viejo tronco suspendido,
espacio latente de olvido
por donde corre el éxtasis
y la espera.


EBRIA DE EXISTENCIA

El arpa se detiene en el crujir
de tus maderos,
mis años olvidan el cántico
de tus sienes
que llenó las ánforas del viento
-rumor de vida
fluye del silencio-.
Las amapolas proclaman tu retorno,
desangradas sobre la purísima
vestimenta que me arropa,
ebrias de existencia.


CABALGANDO EL SUEÑO

Hay sueños en los ojos
de este mar,
de esta arena que me desdibuja.
Me abrazo a la humedad,
avanzo deshecha en espuma,
en gotas derramadas.
Soy mar
susurrado en coral,
cabalgando el sueño
primigenio de la luz.
Retengo voces
en los contornos del caracol
y nacen lunas,
rostros antiguos
duendes hilando.


PRESENCIA

Una gota te contiene
y me contiene
asida al asombro.
¿Dónde te has ido?
¡Oh mar!,
tu clamor me abarca
en eterna presencia.



CUMBRES DE AMAPOLAS

Esta multitud que habito
me posee,
la vida brota en vértices.
Crezco y me diluyo en superficie
sin reconocerme.
No hay edad en estas rocas,
sólo murallas y sobre ellas
la ciudad
deshabitada,
sin palabra.
Alguna huella me recuerda el camino
en tu geografía inexplotable,
ascendiendo y descendiendo
cumbres de amapolas


EN VIGILIA

El río y la noche,
cómplices anónimos de su muerte,
me suman al tropel.
Aferrada al último recuerdo de luz,
en el temblor de los espejos,
fluyo hacia el alba que florece
y permanezco en vigilia.
¡Cuán lejos estoy de la mañana!


HACIA LA ESPIGA

Bajo el naranjo,
hacia la espiga,
transita la luna.
Lejano verbo murmurado
en notas de cáliz.
El amor permanece varado
en plenitud de siglo.


ABRAZO LÍQUIDO

El árbol gime
en la espiral que envejece
y una a una vuelan sus alas
al lecho que espera.
La noche,
en abrazo líquido,
asciende sus raíces
al duro corazón blando de hojas.
Danzando con el viento su ronquido
me sumo al murmullo
en procesión de luciérnaga.
Escudriño el límite
en lo vertical de su huida
y sobre mi cabeza una lágrima
humedece la noche.



SOLEDAD QUE SE PROLONGA

La oficina es estrecha,
inmensos los espacios
que crecen hacia dentro.
Desde la silla recorro las paredes,
asciendo sus caminos verticales
hacia el techo que espera.
Me confundo en la blancura de su cielo
y me observa impasible
con los brazos extendidos
sobre la madera del escritorio.
Dibujo palabras
sobre la página que interroga,
me adentro a lo plano de su superficie,
escudriño su límite…
Me encuentro de regreso
en la estrechez
y estoy sola
caminando.
Todo huye,
se evapora,
se consume.
Los papeles vuelan en hastío de tiempo,
columna de tinta se desliza en el aire,
me hiere la memoria,
transita por las venas,
camina conmigo.
Me deshago,
desciendo calles,
túneles,
aceras,
voces que se pierden en paredes,
diseminan,
preñan.
Me sumo al eco y me multiplico.
Florecen alas al tiempo.
La oficina es estrecha,
espaciosa hacia adentro.
Hay un cansancio despierto,
lleno en el vacío de los pasos
en un transitar descifrando los rostros
que reinventa el tiempo.
El tiempo nace en la herida y sangra
La vida es soledad que se prolonga.


ENTRE PAPELES

El día se agota
entre papeles,
en el aire acondicionado de la oficina
que añora el sueño tras los cristales.
Y de nuevo
la extraña costumbre de las pupilas
buscando correr hacia esa otra verdad
de edificio y calle,
de tierra y mar
A lo lejos
montañas erguidas,
firmes,
esperando que la ciudad las alcance,
las bese,
las devore.
El mar,
duro y azul nace en este escritorio
y me baña.
Me reclama ese otro mar que no conozco
y vive en algún lugar de la memoria
danzando el sueño hacia la orilla.



HACIA EL DÍA

El camino va hacia el día que fluye,
los caminos se juntan en el día que duerme,
el tiempo se hace noche,
yo, solo la veo pasar.



LÁGRIMA BAJO LA NOCHE

Me tejo en días,
cada hilo me desgarra en su viaje.
Una palabra asciende quemando el viento
y vuelvo con la lluvia a refrescar el camino.
El tiempo,
araña detenida en su laberinto,
descansa en la oscuridad.
Hay lágrima bajo la noche.



RISA DEL MAR

La tarde riela
palpando el regreso de la noche,
despertando el mar y su rugido,
encallada en esa pradera líquida
en el temblor transparente del estupor.
Reconstruyo castillos
abandonados desde niña
sobre la risa del mar
que se desliza en su inocencia.
Y brotan soles amarillos,
peces que florecen en blando
silencio de algas,
seres helados
recorriendo el camino del coral.
La tarde es agua y me baña.
Ahora todo se hace liviano,
la luz que se refleja,
el latido de horizonte que aguarda,
la tarde que nace en la tarde.


OLFATEANDO EL GUSANO

He vagado por las calles
recogiendo sueños,
adentrándome a la tarde,
a la dejadez,
a la entrega.
Minúsculos seres
me miran desde la sombra.
Todo vibra,
confluye,
río que se desborda
en este abismo de los sentidos.
El horizonte agoniza,
me suma a su muerte
resguardada en la noche.
Desnuda de alas
desciendo a la marisma
y me sorprendo
olfateando el gusano
en el vaho húmedo
de vuelta a la luz.


PASOS QUE SE ENCUENTRAN

Hoy
he encontrado la huella
de mis pasos
desenfadados de resabios
en su alfombra de polvo.
Hoy
en el vuelo de la mariposa
he dejado escapar
la luz de la tarde
atrapada en mis ojos.
Hoy
todos los pasos se encuentran
en este cruce de caminos
donde un farol encendido
aguarda el regreso.



CLARIDAD DE LLUVIA

La noche deambula
en claridad de lluvia,
fugitivo reflejo de callada ternura
donde el día cuelga su ropaje.
Yo dejo en su abrazo mi memoria
y me deshago en ecos
hasta la corriente mansa del abrigo.
Mi corazón ya mojado
reposa en la apacible luz de tus ojos
que acallan las voces
y me suman al silencio.



DE VUELTA A MI ORIGEN

Camino el instante
disperso de la noche,
multiplico ecos
de latidos inciertos
confundida en la sombra,
en la espesa forma que la habita.
Bebo el agua atrapada en mi huella
y me derramo en tu cielo
de vuelta a mi origen.



ES QUE ESTAMOS TAN SOLOS

Te pienso
y un chorro de luz
se filtra por cada célula
de esta extraña estructura
que aun no conozco.
Hay polvo lejano
en mis pies andariegos
y algún rastro de sol resucitado
atormenta el recuerdo.
Te reproduzco en mis días
cansados de ausencia
y resuena en mi pecho
el rumor inasible de sus hojas.
Es que estamos tan solos
habitados por la noche
y la llevo dentro.



BAÑADA DE LUZ

Hay palabras que se encuentran
detrás de esta puerta
que se resiste a ser abierta.
Peces que danzan
el sueño del mar
lavando los pasos
en su viaje interminable
de arena y espuma.
Risa que se adentra en la tarde
y me toca los labios
en su huida de horizonte.
Me escribo en página
de cielo y de sal
y vuelvo
a la fuente del arcoiris
bañada de luz.


DE REGRESO AL VUELO

Heme aquí
suspendida en el horizonte
escuchando la noche que acecha.
Heme aquí
recogiendo las palabras
cinceladas con la llama de tus dedos,
caídas sobre el rito y los dioses
en el ultimo carnaval del invierno.
Heme aquí
arrebatando tiempo a la lluvia,
multiplicada en el pozo,
descifrando sus espejos.
Heme aquí
expandida en amplitud desbordada
de regreso al vuelo.



TROPEL INCIERTO

Ebria de oscuridad
y cansada de silencio
me confundo en imágenes dispersas
en tropel incierto.
Hundo mi cabeza en tu solaz
y fluyo manantial naciente,
extraña red que me posee
aferrada a tus rodillas.
Escudriño voces
derretidas en la noche
y anido en tu frente,
punto diminuto
de eternidad.


RINCONES DE LA NOCHE

El viento golpea los rincones de la noche
galopando la calle en su monótono ondular.
Pasos que se alejan deambulando sueños,
pasos que regresan aleteando en los cristales.
Una luz se enciende resistiéndose a la noche,
cargando con la sombra hasta el amanecer
en el gemido enojoso del abrazo.
El viento es una masa uniforme que
toca los cuerpos y los precipita
hacia la calle despierta,
cansada de repetirse,
ahogada en el vaivén de los espejos.
Por aceras corre la lluvia
derramada en luz sobre el pavimento.
El viento se desliza en su aliento frío,
vence la ciudad y su rostro de insomnio.
La noche avanza lenta,
cargada de presencia,
tropezando con su sombra,
girando en la espiral indefinida de su canto,
en nubes de espasmos
que beben el vaho denso de su sangre.
El viento gime,
se acerca,
se escapa,
puebla la noche y mi pupila,
roza el pecho llovido bajo sus alas,
el cielo posado en su espalda,
el vientre preñándose
sobre la espesura,
sobre ramas desnudas,
sobre el espejo.
Bajo la lluvia la ciudad duerme
y despierta en cada esquina,
en cada calle donde duerme el recuerdo.
La noche es ternura
que se filtra por la ventana,
inocencia que se revela y aniquila
llevando a cuesta la esperanza.


DONDE SE DESHOJA EL VIENTO

Lejos del amanecer peregrina la sombra.
Todo crece hacia la noche que lo aniquila.
El cielo cae donde se deshoja el viento,
vela los esqueletos en su murmullo de sueño.
En lágrimas del Padre
talla el día su último retrato
y descubro mi casa
en el milagro de la penumbra.


FUGITIVA TERNURA

La tarde me devuelve sus voces,
mariposas amarillas que caen
una a una bajo la lluvia
en fugitiva ternura.
Asciendo su vuelo
hasta el fondo del pozo
ciega de luz.



QUEJIDO HACIA LA LUZ

Pasa lenta la noche
en su quejido hacia la luz.
Cubre su manto
la iniquidad del horizonte
conjugado en renacer de amapolas.
La heredad acoge tu llegada
y me libera.



INSTINTO VERTICAL

La noche despierta
el instinto vertical del mar.
Vuelvo los ojos a su totalidad
ciega de reflejos,
callado perplejo que huye
en los pies del viento.
Y estás en mí,
antes de mí,
después de mi
en el sueño tallado de este mar,
de esta noche que afirma su existencia
negándose,
existiendo en ese otro yo
que me asiste,
que hurga en mi tacto
el sueño de las cosas.


AL PIE DE LA LLUVIA

Tu presencia se multiplica en la tarde,
en el hombre que duerme su dolor milenario,
gusano que sueña con el ropaje del vuelo.
Yo solo observo
el milagro al pie de la lluvia,
ángeles jubilosos pariendo en la luz,
ensayando su tacto en el pavimento.
Me adentro al aposento de su olvido
masticando la huida,
palpando el regreso,
tisonando el fuego de la imagen.
De la tarde desquebrajada
asciende el soplo de las cosas
que reposan en su memoria
y hacen que me quede reflejada en tus ojos.


VASTEDAD DE LA COSTUMBRE

La ciudad ignora el fuego
que muere con la tarde,
las cosas habitadas por los cuerpos,
la existencia de la noche
en la memoria de la oscuridad.
La ciudad ignora lo vacío de sus rincones
amurallados de olvido,
poblados de fantasmas
en la vastedad de la costumbre.
La ciudad ignora
que se queda y se va,
el chirrido tras la puerta,
la mudez de la huella,
la soledad que vive en la soledad.
La ciudad no recuerda que me ve pasar
con el corazón puesto en su herida,
corriendo al borbotones por sus venas,
muriendo cada día en su huida.



RUMOR COTIDIANO

POR CARMEN PÉREZ VALERIO


Nos queda tal vez
algún árbol en la ladera
para que la volvamos a ver todos los días;
nos queda la calle de ayer
y la mimada felicidad de una costumbre.

Rilke




Era un hermoso y húmedo paraje incrustado en la cordillera septentrional, bordeado por la cañada y el arroyo que llevaban su nombre. “Bellaco” era un paraíso alto y a la vez profundo. Se elevaba perpendicular a la carretera de Palo Quemado, Santiago, unos siete kilómetros montaña arriba. Desde los tres primeros kilómetros, bajando por la carretera que une la Cumbre de Puerto Plata con el poblado de Tamboril, se le podía observar dormido en el fondo del precipicio. Pendientes que grabaron en mis primeros cuatro años de existencia los crueles asesinatos de las hermanas Mirabal y Donato Bencosme, cuyo ojo de cristal guardaba celosamente mi hermano paterno. Tan celosamente como guardábamos nosotros la historia contada y recreada constantemente por testigos vivientes del lugar que fueron cómplices del silencio interrumpido en aquella noche donde el caudillo descargaba sus garras sobre cuerpos frágiles y mentes agudas, cortando las palabras y el aliento de la vida.

Camino hacia abajo, el paso empedrado del Convento se poblaba de seres blandos y livianos que acompañaban a los transeúntes largos trechos de camino y luego desaparecían. Posiblemente, entraban a la cueva de los indios que se abría tras la cortina de agua de la cascada del río en el Convento. Esta daba acceso a un antiquísimo pueblo indígena que había sobrevivido a la época de la colonia y cuyos habitantes, protegidos entre las piedras y la oscuridad de la noche, se paseaban y bañaban bajo la luna que se filtraba entre los elevados árboles que protegían este lugar exótico, misterioso y envolvente como una madeja que se teje finamente entre el cielo y la tierra.

La música que fluía del arroyo y la cañada pobló los primeros años de la niñez; a veces con notas suaves en cuya melodía fresca se paseaban los pensamientos y los pies descalzos buscando el juego líquido y azul sobre la arena, mientras las manos traspasaban el blando espejo para recoger las piedras de colores, las de forma de corazón o cualquier otra figura a la que daba vida la imaginación desbordada con la vegetación.

Otras veces, el río se transformaba en un vegetal líquido cuyo cuerpo agigantado se contorsionaba golpeando las piedras y los árboles, llevándose en la violencia de su cuerpo la tranquilidad de los días y el sueno de las noches.

Entonces, un miedo duro y frío penetraba la piel hasta convertirse en temblor bajo la sábana donde jugaban caballitos y mariposas que se apretaban en su tejido suave contra el cuerpo, en un abrazo protector y divino.

Afuera, el monstruo líquido continuaba su furia queriendo ablandar las piedras a su paso. El arroyo corría, corría la noche y también nosotros, al amanecer, para contemplar desde la elevación más próxima la lucha donde piedras y árboles medían sus fuerzas con el río implacable y firme en su carrera montaña abajo.

Y esperábamos, esperábamos el pasar de los días y de la lluvia que hacía un monstruo de aquel manso niño de agua. Bajábamos hasta su piel transparente extendida sobre la arena y las piedras recién lavadas, formando pozos profundos, nuevos charcos que invitaban a la frescura, al juego, reinventándose en otras aventuras y descubrimientos.

Por las tardes, cuando la lluvia cesaba por el cansancio, el sol nos transportaba a la amplia sabana, frente a la casa que mi padre había construido para su familia. Allí montábamos el caballito blanco, obsequio que hacia realidad el sueno más preciado de mi hermano. Tirábamos la pelota, jugábamos “belluga”, danzábamos descalzos sobre la grama fresca, nos deslizábamos sobre su verde superficie dando vueltas y vueltas hasta que nuestros cuerpos, extendidos boca arriba, giraban con la sabana, las flores del patio, la montaña, abrazados a la alfombra mágica que nos llevaba en sus cuentos de hadas.

En época de lluvia, la familia compartía más de cerca. El arroyo se hacía peligroso, la sabana y el barro mojado obligaban a refugiarse en el calor de la casa, sobre la superficie cálida del piso de madera bien pulido.

Al lado de mis hermanas mayores, sentadas todas al borde de la cama, conocí de sus gustos, su palpitar, sus amores. Anduve entre sus cuentos, sus poesías y sus canciones. Los personajes de cuentos infantiles y populares colmaron mi imaginación, con ellos hablaba, jugaba y reía mientras caminaba, corría por el patio o le hacía una travesura ingenua a mi hermano.

Esos personajes me enseñaron, en los años más tiernos de mi infancia, a hacer algunos cuestionamientos, ya que no podía entender por qué las personas que contaban y/o escribían cuentos infantiles los cargaban con situaciones tristes y de muerte.

Para entonces, no sabia que estos cuentos provenían de las tradiciones europea y africana, simplemente los escuchaba, los memorizaba y recreaba en mi propio lenguaje como si siempre los hubiera conocido y llevado conmigo.

Aprendí poemas que mis hermanas escribían en cuadernos muy dibujados, adornados con motivos florales y corazones rojos. Poemas y canciones obsequiados por algunos amigos o que transcribían de la radio y que guardaban celosamente. Pero mi curiosidad desafiaba su inteligencia y siempre encontraba la manera de leerlos y aprenderlos de memoria. Tuve que esperar la adolescencia y primeros años de mi juventud para saber que algunos de esos poemas eran literatura rosa y “buesadas”. Sin embargo, otros me llevarían a conocer a José Martí, Rubén Darío, Lorca, entre muchos más.

Pero un día desapareció el río, la sabana, la casa de piso de madera bien pulido, los cuentos de aparecidos del otro lado del arroyo, las canciones, los poemas y hasta los cuadernos adornados con motivos florales y corazones rojos. También desaparecieron los rezos tras el seto de madera de palma, el rosario obligado al inicio de cada noche, bajo el amparo de la lámpara de tubo que descansaba en la rinconera adornada con los mantelitos de hilos tejidos por mis hermanas.

Todos se habían ido, solo quedaba la atmósfera triste y de muerte de los cuentos infantiles: “Mambrú se fue a la guerra / ¡que dolor que dolor que pena! / Mambrú se fue a la guerra / no se cuando vendrá…/ Por ahí viene un paje / ¿Qué noticias traerá? /…/ Mambrú ha muerto ya…/ Do – re – mi – do – re – fa /”.

Y con Mambrú se fue mi padre, sin darme la oportunidad de compartir la lectura de varias novelas y libros de cultura general que encontré en un armario muchos años después, durante la adolescencia, donde había plasmado su firma y algunas de sus anotaciones. Entonces supe, a través de mi madre y el testimonio de los libros rescatados del silencio, que había sido un autodidacta de amplia cultura y afinado gusto artístico, en cuya biblioteca personal poseía importantes obras y revistas internacionales a las que estaba subscrito. Mediante los pocos libros que llegaron a mis manos, conocí a Víctor Hugo, Thomas Mann, Alejandro Dumas, Hermann Hesse, entre otros.

Los últimos años de mi niñez y la adolescencia me sorprendieron en la ciudad. Desde aquí se hacían lejanos los recuerdos de mis primeros años. La imaginación florecía con paisajes extraídos de Jorge Isaac, Dumas, Emily Bronte, Benito Pérez Galdós, Juan Rulfo, Rubén Darío, Vicente Alexander, Federico García Lorca, Oscar Wilde…, lecturas que iban desde los clásicos hasta las novelitas de vaqueros, muy populares en esos momentos, cuyo alquiler semanal y a domicilio le daba un toque de interés motivado por la facilidad y la moda.

Algunos libros esotéricos, prestados por el padre de una amiga casi hermana que nos visitaba todas las tardes, las largas conversaciones, reflexiones y preguntas compitieron con el juego y las muñecas que siempre tuvieron un lugar privilegiado y propio en la nueva casa.

En esos primeros anos de los 70, también llegaron nuevos amigos y libros. Dos palabras significativas para la época entraron de golpe a mi vocabulario: marxismo y hippy. Aunque mis nuevos amigos eran hippys algo rezagados y, más bien, dispuestos a escribir panfletos y con posibilidad solo de tirar piedras en los liceos públicos de Santiago. Sin embargo, en amenas conversaciones y casi enamoramiento me puse en contacto con la filosofía que ya venía coqueteando desde las lecturas esotéricas.

Conocí, aunque no con profundidad en un primer momento, a los presocráticos, a través de un libro de la colección popular que aún conservo y cuyo dueño desapareció con el fervor político de los 70. Desfilaron los nombres y algunos escritos de Jenófanes, Parménides, Heráclito, Zenón, Anaxágoras, Demócrito. Algunos textos de Marta Harnecker sobre materialismo histórico, Karl Marx y su libro El Capital que a mis doce, tres y catorce años ponían palabras crudas en mis labios, pero que impresionaban a mis amigos “revolucionarios”.

Más adelante llegarían Sócrates, Aristóteles, San Agustín, Unamuno, Ortega y Gasset, Maquiavelo, Cioran. Con el tiempo, algunos libros de filosofía oriental me enseñarían más de la vida que todas esas rebuscadas lecturas de pensamientos y conceptos donde se debatían las luchas de las clases sociales, las ideas del ser y el no ser, la presencia y la ausencia de Dios, la vida y la muerte. Aunque he de confesar que mucho me influyó en la lucha por mis ideales y principios las lecturas de algunas biografías de revolucionarios como July Fucik y Nguyen Van Troi.

Algunos años después entendí y comencé a tener cierta pasión por Miguel Hernández, Lorca, César Vallejo, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, tan metidos en las entrañas de la vida que continúan latiendo en nuestros cuerpos. Con Miguel Hernández vuelvo a recrearme en el campo de mi infancia y con César Vallejo recorro las calles inhóspitas de una ciudad que me es ajena y desconocida, donde estoy de paso, aunque parezca quedarme.

Con Mambrú, también desapareció el nosotros, el compañero-hermano de juegos infantiles y la hermana más fiel a la poesía que rimaba con la inocencia de los seres livianos lo que la vida le iba mostrando. Ambos regresaron a buscar piedras de colores, a hacer charcos profundos y transparentes después del último enojo del río.

Ahora el río es manso y corre por las venas inundando el recuerdo y el luto, esperando que también vuelva a unirme a su juego. Sin embargo, la ciudad atrapa y precipita como un laberinto infinito, como una masa uniforme que se enrosca volviendo a apretar la sábana de mariposas y caballitos sobre el cuerpo, poblando las noches con aliento de fuego.

Al despertar, un camino de soledad se extiende hasta la calle, larga y gris como una serpiente seca bajo el sol. Pero la ciudad sigue ahí, enroscándose en la piel, bebiendo el aliento, haciendo eco el grito endurecido del cemento, esperando que vuelva a llover.


Sobre la poesía de Carmen Pérez Valerio


EL URBANO RUMOR QUE ACOMPAÑA LA SOLEDAD DE CARMEN




Por Fernando Cabrera


Carmen Pérez Valerio con su opera prima, el poemario Rumor Cotidiano, Editorial Buho 2003, nos gratifica grandemente con su doble atrevimiento. Primero desnuda sin tapujos sus lúdicas aspiraciones, sus deseos y carencias viscerales, y luego expande su sensibilidad hasta exceder la cotidianidad del recipiente que la contiene, la ciudad. Si riesgo al expresar el erotismo entre pueblerinos y rígidos cánones, osadía mayor abandonar directrices medievales para estar atenta a sus necesidades inmediatas de mujer y de su tiempo. De los dos, asumir lo urbano, la cotidianidad, sin dudas constituye su mayor acierto.
La ciudad constituye un elemento imprescindible para entender al ser humano moderno, puesto que las calles, las masas anodinas, sus ruidos, lo arropan como segunda piel. Sin embargo, lo citadino ha sido un tópico de uso extrañamente diferido por nuestros poetas, apenas cobró importancia a partir de su depuración en la joven poesía; entonces, y hasta muy recientemente, la ciudad quedó reducida a Santo Domingo, aún más, a las callejuelas de su sector colonial, como resultado de constituirse escenario imprescindible de la revolución de abril de 1965, y posteriormente, como escombro solidario de sus protagonistas y sus utopías frustradas. Precisamente uno de los aportes perceptibles de los autores del sesenta es el uso privilegiado del entorno urbano en la poesía dominicana; la voz lírica, épica en ocasiones, urgida por la acción armada recoge como prisma aquel espacio-tiempo, imprimiéndole, pese a la prisa, características inalienables. En ocasiones, algunos de los poemas de esta generación constituyen mapas, geografías, que incluso permiten reconstruir usos y circunstancias atinentes al conglomerado capitalino.
Entrados los años setenta adquieren importancia las circunstancias de soledad individual y en masa, ya no como turba patriótica, sino como conglomerado de anodinos y desesperanzados. La ciudad, con sus personajes y asociaciones, resulta laberinto de un presente pletórico de casualidades, caldo donde se cuecen experiencias vitales, intensas, efímeras; signadas por una suerte de homogeneización, de uniformidad.
Es a partir de la década de los ochenta con la focalización de la poesía en la interioridad del individuo, que la ciudad, lo urbano, se adhiere como elemento vital, como parte esencial —base y contexto— de la microhistoria, del devenir personal y familiar. En los noventa, con la consolidación en el escenario nacional de poetas que ejercen su oficio creativo fuera de la metrópoli (provincia, USA), la ciudad deja de ser exclusivamente Santo Domingo; aún más, el tratamiento de lo urbano alcanza en esta década mayor vigencia en estos autores menos urgidos por las interrogantes filosóficas y existencialistas en boga. El canto urbano de los noventa lo ofrecerá el coro de voces de la diáspora de los noventa. Para ellos la ciudad es básicamente New York, por densidad de población la segunda ciudad dominicana en importancia.
En poemarios como Planos del Ocio, Eternidades, Ángel de Seducción y Destierros/Curriculum Vitae, el contexto espacial resulta consustancial a la emotividad contenida; en ellos, sobre ciertas nostalgias inevitables, la ciudad de Santiago emerge de lo bucólico a un tiempo presente arrollador, recipiente de crisis existenciales profundas, de sujetos anónimos que las generan y testifican. Otra mirada afín del recién estrenado aire urbano de Santiago es la resultante de búsqueda nostálgica, a veces displicente, de Ramón Peralta en su poemario Eternidades; igualmente, testimonio del vivir citadino íntimo, recogen los libros de José Acosta. Es en estas coordenadas que inscribe su rumor Carmen Pérez Valerio, mujer madura, sola a conciencia; valientemente se arriesga en versos cercanos al habla en los cuales se transparenta a través de las imágenes compartidas de sus sentidos; no se amedrenta: palpa, ve, escucha y presiente; conteniendo en su emotividad a cada objeto, viandante, árbol, calzada y calle. Con libertad enhebra imágenes que humanizan el asfalto y concreto.
La ciudad es el murmullo inevitable y deseado, el escozor que hace llevaderas las durezas de todos los días: "Todo fluye en el redil de la tarde/ palabra/ línea/ imagen y silencio/ La multitud me acoge en su rumor cotidiano"; es la constancia de existencias que no le pertenecen a la voz lírica: "El sonido de un tambor/ corre calle abajo/ olor a ron y sudor/ llega de los cuerpos desnudos/ de la noche/…/Camino sin prisa/ esta calle podría terminar/ en cualquier esquina/ o continuar infinitamente/ hacia otro día/ y ya no escucharía al gato/ que continúa maullando"; es el rezo que confirma a la mujer poeta, no obstante anodina, pensante y sensible. La ciudad, se alimenta de sus pequeñas muertes, de sus irrealizaciones, mas también le ofrece parapeto ("Cualquier lugar/ es un refugio distante"), le sugiere una esperanza, como sugiere Rilke en cita inicial: "la mimada felicidad de una costumbre".
De su lado, esa entidad inanimada, impasible, la acepta maternalmente, abalsama sus carencias, hace soportable el dolor y las ausencias vitales; desde su impasibilidad ofrece la calidez de una compañía leal, segura, suficiente, al tiempo que le garantiza la patria potestad, la autonomía, para la distancia. A su vez, Carmen Pérez deviene en el ruido que puebla las callejuelas de nostalgias: "Transito el asfalto/ descifrando la memoria/ camino los extremos/ percibo esa otra forma/ que atrapo y se diluye/ trazo líneas sobre piedras/ invento números para fechar durezas", del fragor de terribles y personales batallas: "Frente a mí/ la ciudad inerme/ mutación de ausencia/ endurecida en el viento". Constantemente, Carmen es la voz que con nombrarla hace real la ciudad: "Avanzo/ y un leve temblor/ resucita la luz/ en la transparencia/ del asfalto/ Todo gira/ en su instinto/ de ser". Ambas, poeta y ciudad, se confunden hasta la unidad absoluta: "Esta multitud que habito/ me posee/ la vida brota en vértices/ crezco y me diluyo en superficies/ sin reconocerme"; igual sensación de simbiosis destilan los versos: "Una voz allá afuera/ me llama/ Abro la puerta/ camino repitiéndome/ en las paredes".
La poeta sabe de sus profanaciones: "Yo, que solo entiendo de mudez/ busco en el tacto su memoria/ en el fuego de la caricia inocente/ en el pecado de Magdalena/ y mi duda rodando en tiempo"; por eso convierte a la noche en cómplice recurrente, se apropia con exquisita sensibilidad de sus máscaras para seducir, para desear libremente, tanto como de la esencia de un mar necesariamente fantasmal e imposible en un Santiago mediterráneo. Combinados noche y mar devienen en excusa perfecta para adormecer el ser moral y trascender al ético, en donde se expande sin remordimientos: "me sorprende la noche/ en el cansancio de un día mas/…/Todo gira en este ser y no ser/ en el ladrido junto al ocio/ que vaga hasta quedarse dormido/ Sentir". Aun sin abandonar platónicas esferas y místicos preceptos, Carmen se aproxima en la noche a su plenitud sensible: "Me besas la mirada/ y me entrego/ a este mundo real/ alucinante/ buscándote/ buscándome/ en la vorágine de lo absurdo/ del límite/ de lo incomprensible/ Te nombro/ y me encuentro nombrándome/ un grito/ un eco/ Vadeo la anchura/ desangrándome en cada paso."
De dualidades sabe Carmen, por necesidad asume las obligaciones y responsabilidades propias de las madres de pueblo: proveedoras, educadoras y sacrificadas; cuando interiormente hierve en ganas de realización individual: "De regreso/ mi sombra se alarga/ en su fatiga/ sin embargo/ aún escucho mi nombre/ calle abajo/ alguna vez/ he de encontrarme", de alcanzar sus otredades, tanto la cercana a Diana cazadora: "Me extiendo en imágenes/ en contornos/ y me sorprendo/ tratando de alcanzarme" como la heredera de Afrodita siempre presta a realizarse en su pasión: "Este caminar/ me lleva a la imagen/ parida del barro/ Escribo su nombre/ y un río de amapola/ se desliza con la neblina/ inventándose."
En suma, Rumor Cotidiano es el testimonio de una voz que se apropia acertadamente de su tiempo: "El día se agota/ entre papeles/ en el aire acondicionado de la oficina/ que añora el sueño de los cristales"; la cotidianidad se crece en los huesos y carnes de esta mujer osada que deambula una ciudad reflejo de sí misma.

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