martes, 29 de mayo de 2007

Yaniris Espinal: Cuento


El reencuentro

Por Yaniris Espinal



Había llegado la hora del último encuentro con la otra. El misterio del espejo la atormentaba, recordaba su edad de inocencia y la insistente voz de su madre.
—Sólo refleja la realidad Alama, y a quien tú ves, esa, eres tú…
Nada, nadie pudo convencerla, siguió creyendo en la existencia de ese mundo en el que existía otra igual a ella, la que acudía al espejo ya cansada de preguntas sobre el porqué de tan desventurada vida. Y en ocasiones era en verdad la otra. Sentimientos, emociones y vivencias no eran propios, provenían de la otra, la del espejo. Su madre la había obligado a encerrarse en su cuarto, no quiso apartarla de sí, pensaba que era su única hija, ignoraba tantas cosas. Aquella tarde solitaria se perfiló cariñosa, gentil, estaban las paredes ya golpeadas, el enorme espejo y ella. Mientras la delgada tela de su vestido iba reposando tibia en sus pies, se miró a los ojos y en un tono amenazador se dijo:
—Voy a terminar contigo, destruiré tu mundo y tu existencia como a este cristal, y desde hoy seré y...
Tocaron a la puerta, retiró el pie izquierdo del vestido y retrocedió. En alto apretó los puños como piedra y cerró los ojos. Sólo escuchó el insistente golpe, confundido con la agitación de la sangre en las sienes, y se abalanzó con todo el impulso de sus fuerzas sobre el espejo.
Tirada en el suelo, los ojos aún cerrados, con cristales incrustado en todo el cuerpo, sin sospechar la silenciosa huida de la vida en la tibieza ahora húmeda del vestido, pensó, ¿libre?, y emergió una frágil sonrisa de la fantasía de su liberación, seguida de un gesto vacío, ¿cuál seré yo? Una luz fría la envolvía, la obligaba a abrir los ojos, la puerta abierta, volteó el rostro, y como hiel fue su sorpresa: a su lado, en un mismo charco de sangre, moribunda, yacía la otra.

miércoles, 16 de mayo de 2007

Fernando Cabrera: Poemas



Fernando Cabrera. Nació en la ciudad de Santiago de los Caballeros, el 30 de mayo de 1964, República Dominicana. En el 1987, se graduó de la carrera de Ingeniería de Sistemas y Computación, en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, alcanzando, en enero de 1995, el grado de Magíster en Administración de Empresas. Desde 1991, imparte docencia en esta institución para niveles de ingeniería, licenciatura y maestría. En 1996 tomó cursos de especialización en University of Kentucky, y realizó intercambios con grupos de intelectuales de Ohio y New York, Estados Unidos. Fundó en 1984, el taller literario Héctor Incháustegui Cabral. Encabezó desde su fundación en 1985, el Colectivo de Artistas de Santiago, formado por pintores, escritores, teatristas, cineastas y músicos. Ha dirigido las diferentes entregas del festival anual: "Arte vivo, Celebración de la Primavera", que se realiza en Casa de Arte. En esta última entidad se ha desempeñado desde 1987 como miembro de su Consejo Directivo, siendo su Presidente en la actualidad, además en el período 1997-99. Aparece antologado en los libros de obras premiadas de la Alianza Cibaeña. Es co-autor del libro Este lado del país llamado el norte. Publicó en 1990 su libro de poesía Planos del Ocio. En 1992 ganó con su libro El árbol, el Concurso Dominicano de Poesía, que otorga Casa de Teatro. Su libro Ángel de Seducción fue merecedor en 1996 del premio de poesía “Pedro Henríquez Ureña” que otorga la universidad del mismo nombre. Estos dos últimos libros fueron traducidos al inglés y publicados en ediciones bilingües. A finales de 1999, fue incluido en la colección Fin de Siglo, editada por el Consejo Presidencial de Cultura, con los libros Obra Poética 1990-96 e Imago Mundi, lecturas críticas 1995-1999. En el 2000 fragmentos de sus obras fueron incluidos en un fascículo de literatura dominicana de la revista italiana L’imaginazione y en la antología Miroirs de la Caraibe de 12 poetas dominicanos realizada por la editorial francesa Le temps de Cerises. En el 2000 aparece antologado en el tomo de prosa de La antología Mayor de la Literatura Dominicana, preparado por José Alcántara Almanzar. En el 2001 ganó el Premio Nacional de Poesia que otorga la Universidad Central del Este con su poemario Destierros/ Curriculum vitae. En el 2003 fue incluido en la Antología Nuevos Caníbales con poetas de Puerto Rico, Cuba y República Dominicana.



PLANOS DEL OCIO, 1990
(Fragmentos)


Entonces nos situamos frente a una fantástica ventana
y con curiosidad de siglos
miramos el escenario inmenso del todo
Luego nos adentramos en la ociosidad de un pueblo
una ciudad hasta una calle
un cuarto

Develamos el secreto Allí nos infunde
melancolía
el pensamiento de alguien que nos mira
fijamente
y se nos parece
De repente descubrimos que no vemos
que nunca ha habido un rostro
pueblo ciudad casa o cuarto
que nadie absolutamente nadie hurgaba afuera

Afuera sólo el reflejo de la nada

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Separo mis párpados sin prisa
y se lanzan mientras
las telarañas

Sombras polvo y telarañas
sobre mis miembros entumecidos
colonízanme
y en principio lo consiento
hasta que me gana
la nostalgia

¡LA NOSTALGIA!

¡No
por esta vez no!

Jamás tristeza
de ganarme algo
sea la preocupación
del hombre ordinario
la indiferencia del hombre simple
Incluso exagero
me gane la mediocridad
Estoy harto de metafísica
existencialidades
utopismos
insatisfacciones
y de tristeza


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¿A mis años qué he construido
por lo que estos años restan?

La cabaña luce arrugas de yagua
grietas algunas

La cabaña
deshabitada
conserva un aire como de
otoño
y unos ojos
hojas de otoño
vendaval hojarascas de esperanza
la enciman

Es amor arruinado
que no es ruina

¡Mentira mentira
visión tú miras!


¿Mentira?


—Lo soy hace tiempo—


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Quien se peina de aquel modo
será mi doble
perfecto
con solo cambiar de gesto
e invertir sus valores

Podrá asistir a mis funerales
y de paso recibir los pésames
acostarse con mi viuda
a mi novia acariciarla
robarle un beso
acostarse con ella
en la gallera apostar
a mi gallo jabao
preferido
posiblemente confundiendo la apuesta
hacerle la guerra al vecindario
con mis extravagancias
acrecentarme las deudas
mostrando mi cédula
firmando con mi nombre y ganas
quizás al firmar todavía usando
mi mano siniestra

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Defínome fantasma de zaguanes
Husmeo el aleteo del colibrí
lo mismo en los ventorrillos
allá en la porosidad de las rocas
en los pajonales
o en el zafacón

Atropello
cada manifestación dinámica
la brisa en el cobertizo
la bicicleta del repartidor de panes
su pedaleo
el arreo de asnos erizados de leña
lechugas repollos y guineas
miel de abeja cajuiles
tayotas habichuelas hervidas auyamas
berenjenas habas judías
hojas de tisanas
las transmisiones vistosas
del altavoz de las camionetas anunciadoras
que escogen el peor momento
a propósito
los billeteros
el rasgueo y regadero de mis hermanas
que acondicionan desarreglando la estancia

en tanto la molicie hiere mi barbilla

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La tarde del sábado me pesa como la vida

La vida: una navaja que afeita por ambos lados

Nunca fíes ni apuestes a la bonanza
nunca fíes ni apuestes a la tristeza
ni en su contra

Tan modesta permanece en tu casa
la bonanza
que la ansías

Tanto permanece la tristeza
que sin ella la amnesia te cubre y la amas

Todo es efímero sin embargo
aunque algo luzca eterno
incluso el tiempo

Efímera luego la bonanza
Efímera la tristeza que acaba
cuando acabas


EL ÁRBOL
CUARTA ESTACIÓN


Escucho cantar un poema terrible...

La realidad asombra con matices vírgenes
bajo el prisma triste de la ausencia inevitable.

¡Oh Angel, te escucho cantar mi muerte!


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La ancianidad disipa las fronteras del tiempo,
compuertas de existencias paralelas en la memoria
estrepitosamente colonizan los predios de la noche.

Cada gota de biografía bebida, o vislumbrada,
concubina sin prejuicio en el instante.

No hay trascendencia
—pasado y futuro son gerundios válidos—
bajo el viejo prisma de un árbol viejo...


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El libre albedrío fue sofisma e imposible siempre,
y el ser, siervo atrapado en su forma o no-forma.

De la rigidez o expansibidad de su cuerpo,
el ser adopta una peculiar genética,
un código único para espejear o interpretar
sus crisis íntimas,
los túneles ajenos.

Con la forma, las aptitudes:

falsas las nubes;
maleable, amistoso el río;
amante, refugio la colina;

títeres el hombre y el árbol.
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De la forma advienen las máscaras del vacío;
del ser, sólo el vacío.


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Las simientes del hombre, en su dualidad,
heredaron el caos como destino;
eternamente voces y larvas de locura
fosforescentemente tórridas,
precipitándose sobre los océanos,
fluyendo a través de todos los rumbos de la rosa de los vientos,
hasta los equinoccios y el crepúsculo;
arrastrándose entre áridas cordilleras de espinas
por los siglos de los siglos.
Recelando
entre el cómplice follaje del árbol y de la noche.
Pernoctando sus miserias en cavernas de aflicción.
Abrazando mitos por consuelo.
Tatuando muérdagos de sangre en sacrificios a la luna
o a dioses antes ignorados.
Sufriendo mil pestes de glaciares y huracanes de odio.
Germinando la destrucción como sentencia definitiva.
Cantando, en sombrías reiteraciones de noria,
las estrofas de algún poema triste;
bebiendo, espantosamente a oscuras, del enigma.
Acatando las vendimias del azar, como obreros de la nada.
Intercambiando genitales en orgías de canarios.
Perdiéndose entre los efluvios de Baco
y los arpegios de guitarras
y trompetas apocalípticas como estrellas;
runruneando apáticos tras las difusas siluetas
de aquellas dimensiones incongruentes,
ateos o teos según la suerte y el viento,
regenteando quimeras
marcadas propiedad con el esperma del olvido...

Con lo siniestro, más que la bondad,
hospedado en sus naturalezas de ángeles náufragos.

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¿Qué esperar de un universo sin alternativas?


¿Acaso tendría que rebosar de dolor el cáliz
para que fuese posible un poco de sosiego...?

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Demasiado horizonte bebe el que mira desde el Himalaya
y demasiado sufrimiento,
si sólo puede ver y lo que ve le duele y es culpable.
¡Demasiado!

Peor si además del horizonte Hoy
llenan los horizontes Pasado y Porvenir sus retinas,
y alcanza conciencia pormenorizada
del ciclo absoluto de idas y de retornos,
descubriendo que todo es estéril. Y sin remedio.

¡Oh árbol!, demasiados horizontes.
¡Ay colina!, demasiado sufrimiento.

¡Demasiado!

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¿Saben de piedad los inmortales?

¿Y de remordimiento...?


¡Ah de aquellos que hurgaban amaneceres
entre vísceras de palomas!

¡Ah los oídos que sabían de voces de hiedras en fuego!

¡Ah los alquimistas de Mesías!



ÁNGEL DE SEDUCCIÓN
(Fragmentos)


Yo, el de la isla —y todo continente es isla—,
Después de fundar sobre duras piedras mi casa
En esta frívola ciudad de nadie,
Hoy huyo de mi imagen como del abismo.

No soporto las mil y una interrogantes en la barbilla,
Ni ese augurio agreste posado en los ojos
del que se sabe ausente,
Radicalmente solo,
Desahuciado entre hilachas de absurdos presentes
De obstinado fluir hacia el pasado.

Ninguna paz se avizora a lo lejos,
Ninguna esperanza hay que habite cerca.

Yo, el de la isla —y toda tristeza es isla—,
Tal vez deba morir para nacer de nuevo...



¡Hiere mis oídos!

Entona tu melodía terrible,
Inyéctame desarraigo.


¡Hiere mi gusto!

Deshaz en mi regazo tu equipaje
De humores y amores.

¡Hiere mi olfato!

Esparce a mi vera las fragancias
Y el polvo de tus intimidades.

¡Hiere mi tacto!

Frótame cada ristra de piel
Con tu voluptuosidad de poesía.

¡Hiere mi cerebro!

Reconstrúyeme el alma
Desde este mar de cenizas
Y hazme templo de tu fe...




Entra, mas no calles.

Así en la oscuridad un relumbro es áurea galaxia,
Así sobre las sosegadas aguas del perfecto equilibrio
una ola es inminente revolución,
Así contrasta en mí tu silencio.

Háblame, hazte fragancia o verbo,
Obstina tu linaje de rosa,
Para saberte aquí al perderte entre mis laberintos.
Canta, dulce cítara de mi embeleso,
Para sentirte ardiente
Entre las orugas de mis raíces y mi tierra.
Gime, llora, o suspira fervientemente,
Deja que tus ruidos habiten lo que intuyo por eternidad,
Para que te escuche mi alma,
Y te escuchen todos los habitantes de mi metro cuadrado;
Para que te conozca mi boca,
Para saberte desafío,
Para sentirte sangre.

Entra, mas no calles,
No sabría qué hacer contigo desnuda.

….

Probablemente ni yo sea el hombre,
Ni tú la mujer, ni este el amor;
Mas, de la impotencia emerge la ingenuidad
como flor necesaria.
Esta era indolente precisa de cada quien un acto de inocencia,
Un gesto heroico, sublime, aferrado a ideales cristalinos,
Donde palpite la ternura como única alternativa.
Sé en mí y seré en ti,
Seamos, juntos, uno y los demás en nosotros,
Como si nos quisiéramos realmente.
Sembremos de luminosas semillas
Nuestras ocultas biografías,
Hagamos una epopeya grande, mágica,
De este poema particular y simple que callamos.

¡Ay, qué inefable sensación de presencia...!



Extasía contemplar tu bravía silueta de palmera...

Tu cuerpo,
Leve resistencia del ser al no-ser,
Temblor de un demiurgo travieso arrancado al vacío,
Horizonte de eternidades y tierra
para el tacto nacido.

Tu cuerpo,
Vértice donde el aire se deshoja,
Su lúdico rumor de cascada,
Su misterio como de abismo.

Tu cuerpo,
Racimo de sol y racimo de sombra,
Ángel indócil del agua:
Silueta de pez, seducción de pájaro,
Persistente instante resistiéndose al olvido.

Tu cuerpo,
La utopía vislumbrada de mi cuerpo.

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A la deriva en cada mujer su semblante
Mientras permanece dispersa,
Sedimento de tiempo, sal, espuma y caracola;
Roca diluida entre rocas.

A la deriva en cada mujer su semblante,
Temible espada reincidiendo en la herida por placer,
Mariposa recorriendo aferrada al instinto
Las inhóspitas profundidades de los mares de la memoria,
Frenéticamente entrelazando imágenes agonizantes
Que desvanece el sol como prisma.

A la deriva en cada mujer su semblante,
Extraviado en el desencuentro,
Alondra delineada en el punto de fuga,
Gelatinosa metáfora
Apenas rozada por el más leve viento.


DESTIERROS, CURRICULUM VITAE
(FRAGMENTOS)

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El tiempo es látigo, utopía. Tras su aciago toque de rey Midas, el ser metamorfosea paulatinamente en arenas. Más arenas —carnes y huesos irremisiblemente desintegrados— para sus litorales ilimitados.

Esas arenas, silíceas pizcas de eternidad, jamás mienten, basta descifrar las historias grabadas en sus vísceras circulares para conocer el infinito peso de la sensibilidad arrastrada, las ilusiones frustradas en el germen de amores, humores y equipajes, olvidados adrede en el último hálito de vida...


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—¡Tic, tac, tic, tac...!—


A dos pasos una mirada sola,
presa del humor que habita en el hastío.

De estatua mirada, como de absurdo,
hilada entre los azares de un vacío sin tiempo.

Mira... mira y se escarcha
—cruel, la mirada que piensa—,
al estallar los grillos que matan el silencio al alba;

adentrándose al laberinto mil veces recorrido
después del primer golpe de espejo,

para esfumarse luego
sobre estos dos pasos vencidos de rutina.


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14:19:35

Plomizas huellas saturan mi cuadrada esfera.

En medio de sórdidas cifras y australes discursos
retrocedo a simple feto:
tosco puñado de pánico sobre dunas fantásticas,
melancólico intronauta,
sola luciérnaga,
minusnova orbitando agrestes crepúsculos.

La tarde naciendo se agota,
reniega lo poético, tu azul, Novalis,
con un mero batir de palmas,

y una agreste sonrisa.

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15:27:40

Sisea el ventilador
y sus traslúcidos brazos de molino
remueven el moho sepia de los armarios.
Humedad de pino
pulula desde el piso hasta mi ánimo.

En realidad,
cada objeto paradoja su esencia
y flota despreocupadamente:
deambula el acuario con sus duendes de colores,
las correspondencias estériles
con original y tres copias de colores,
la calculadora oxidada,
la música instrumental que reza;
deambula el ocio furtivo y la apatía,
deambulan hipnotizados mis ojos
entre el siseo monótono de aspas.

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15:39:57


Extrañaría la orquídea
no la flor de loto,
trullas de gaviotas
no danzas de ballenas jorobadas
en primaveras marinas,
el día precediendo a la noche
no luz ni oscuridad eterna,
luego, el trópico, no así el ártico,
el hogar nunca el limbo,
extrañaría lo propio y no lo extraño;

la fatiga, jamás el descanso...

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14:15:36

¡Esta decoración desampara!

En aquel vértice Bacon alucina,
el blanco recorre el ojo negro
y precipita su lenguaje en caudal salvaje;
estéril pasión emerge de lo recóndito al vacío,
es principio el instinto fluyendo hacia el éter,
a cada estallido se erupciona el paisaje que se piensa
desde el exilio al retorno.
Lo metálico mariposea lúdico
con su sexo en andas,
ingrávido siempre,
tajante siempre,
absurdo siempre,

como la vida...


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08:10:44

Mi escritorio es de formica,
una extensa y suave planicie,
matizada de heno seco y lluvia cobriza.

Mi escritorio es universo simple,
cuatro gavetas y cuatro patas;
con su ecuanimidad, su parsimonia,
satura, corrompe las dimensiones.

Fría, simétrica, sugestiva belleza,
activo fijo que el uso no desprecia
ni la rutina inmuta.


¡Quién diría que al copular con una silla
se convierte en ente de tortura!

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08:06:50

(Jungla fluvial. Muchedumbre. Capital. Obsesión. Ceremonia Obligada. Agobiante rumor. Uniformidad de uso e intenciones. Copiado instantáneo de accesorios a la moda. Normas de productos de masivo consumo. Mi Yo semejante a tu Yo, cuán similar a cualquiera. Opinión en serie sobre rieles oxidados. Egos en competencia maldita, más tendiendo a la pose que al esfuerzo real por las utopías. Corderos de alabanzas. Carnes de sacrificio. Náufragos de las horas. Bufones de la comedia humana, flotando virtuosos, educados, discretos, pero a la escapada mil caras y un señuelo; volando eternamente en vigilia, recelando sobre los puertos de justicia, entre los angostos claustros de la democracia. Nadie —ni su bestia— sospecha seriamente su brutal insignificancia, de ahí que al compararse cada cual resulte tan rabiosamente favorecido...)

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17:48:26


¡Ay elegía desesperada!

Paranoica heredad, ancestral amargura
donde las carencias se aúnan...

¿Quién, además de mi sombra, me espera?

¿Quién apetece un trago conmigo
ahora que lo necesito?

¿Quién, para mi soledad, un ángel?



—¡Ah! Preocupación vana,
si siempre se está solo en la estrechez de la carne...


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08:56:09



Ni tú —otredad— me reconoces en el espejo
(agua donde el azar dejó tirado
la infinitud de su sombra),
ni yo te reconozco ni acepto,
por cada temblor de eternidad perdida,
por cada cabriola de niño ignorada,
por cada cuenta asentada,
por cada tasa de humeante té ofrecida,
por cada transacción mercurial,
por cada involuntaria cortesía,
por cada página rasgada,
por cada gesto previsible,
por mi natural desgano,

por haber relegado la vida.

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17:35:40


Algo falta al día,
mi instinto lo presiente;
la ciudad, lugar común de extravíos,
bebe su imagen inveterada de mis ojos.

Algo sobra al día,
la ciudad lo presiente;
yo, mortal aprendiz de Dios,
bebo desdibujada mi imagen de sus ojos...


caminamos al ocaso, de todos modos.

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15:31:53

Cual eco atrapado entre las vísceras
de un terrible karma,
retornando a cavernas de aflicción
donde Ícaro permanece cayendo,
—razón de la historia,
el instante no es más que eso—,
amando enfermizamente,
pronosticando más vacío que no llenará mi falta.

Luis R. Santos: Novela



Luis R. Santos. Nació en Santiago de los Caballeros, República Dominicana. Estudió agronomía en el Instituto Superior de Agricultura, Santiago; y en la Universidad Nordestana, San Francisco de Macorís. Ha sido articulista de los diarios Hoy, El Nacional y El Siglo. Ha publicado Noche de mala luna, cuentos, 1993; En el umbral del infierno, novela, 1996; Tienes que matar al perro, cuentos, 1998. Sus cuentos han sido premiados en la Alianza Cibaeña y Casa de Teatro. Varios han sido incluidos en diversas antologías nacionales e internacionales dentro de las cuales se destacan: Líneas Aéreas: nueva narrativa latinoamericana contemporánea. Editora Lengua de Trapo, Madrid, 1998; y Última Flor de Naufragio, Pedro Antonio Valdez, República Dominicana, 1995.


Memorias de un hombre solo
Novela


FRAGMENTO:


I. Aquí estoy: con un cuerpo que se niega a responder a mis mandatos. Ya ves lo que queda de mí: un amasijo de nervios, vísceras, huesos y piel, una masa impotente que no ha muerto, ahogado en sus propias inmundicias, por la benevolencia de una mujer de la que apenas conozco su nombre y por la solidaridad de otra a la que alguna vez defraudé. Tan sólo soy un muerto que respira, piensa y sufre. Ciertamente, no me interesa seguir existiendo; ahora, sólo deseo que la muerte venga y me libere.Inequívocamente, hubiese dispuesto de mi vida si ese elemental derecho de todo ser humano no estuviese vedado para mí; aunque no sé si el suicidio sería una elección correcta para alguien que ha vivido cometiéndolo día tras día, en cada jornada de su vida.
He sido severamente criticado por la pasión que, sin proponérmelo, nació un día en mi interior y me libró de una desaparición violenta. Al final, he aceptado que casi nadie me entendiera cuando decidí buscar la puerta más próxima para escapar; y los comprendí porque sé que casi todos se mantenían atrapados en esa maraña de pequeñeces que termina siendo la vida de los hombres.
Demostrado está que la cocaína, el vino, el sexo y el azar son formas de suicidio paulatinas y que si no existieran sería escandalosamente mayor el número de hombres y mujeres que se suicidaría de manera directa, con una pistola, un puñal, prendiéndose fuego, tomando un poderoso veneno, arrojándose al mar o lanzándose al precipicio. Yo opté por una de esas fórmulas.
Decido contar esta historia tal vez para que mis horas sean menos tediosas, y por complacer a alguien. Confieso que cierta dosis de vanidad también me ha incentivado. Y lo contaré todo, sin obviar ningún detalle, sin tomar en cuenta que alguien pudiera sentirse lastimado: no me importa: hace mucho que la opinión de los demás no me toca. También te enterarás de los pormenores, de las circunstancias que me mantienen postrado en este lecho. Sentirás la curiosidad golpear tu corriente sanguínea al enterarte de los detalles más asombrosos de esta vida que se acaba.
No sé si empezar por el día en que tuve la fortuna de entrar por vez primera a la que sería mi casa de la felicidad, o si por la noche memorable en que supe que jamás volvería a ser el hombre admirado, el hombre de éxito, el paradigma, el ejemplo que se ha de imitar que siempre había sido. Creo que lo haré a partir de ese instante porque todavía hoy, mientras bailo este vals abrazado a la muerte, recuerdo con nitidez aquellas preguntas que salían de mi boca dirigidas al viento salitroso que humedecía la atmósfera nocturna: ¿Tendría el coraje de hacerlo? ¿Y si se resistían? ¿Llegaría yo tan lejos? Muchas interrogantes pasaban simultáneamente por mi cabeza, y una tormenta de sensaciones contrapuestas me provocaba dudas; sin embargo, la necesidad de conseguir algún dinero era superior a cualquier sentimiento. A distancia cercana vi a una pareja. Venían abrazados. De forma regular se daban un beso. Parecían turistas. Y felices. Muchas veces escuché decir que no hay ser humano más feliz que un turista. Me recosté sobre la verja del hotel protegido por la semipenumbra que dominaba el entorno. Llevaba el revólver en el bolsillo trasero del pantalón, y tan angustiado estaba que no me importaban los automóviles que circulaban por el malecón cuyas luces me hacían visible a intervalos. Todo transcurriría sin violencia, y parecería, más bien, que conversaba con la pareja. La patrulla policial que rondaba por la zona tampoco me preocupaba; en lo que daban la vuelta en la rotonda más cercana ya habría concluido. Cuando pasaron frente a mí les cerré el paso. Saqué el revólver y les ordené que se detuvieran. —Veo que son muy dichosos –les dije serenamente–. Si desean seguir siéndolo no griten y entréguenme todo el dinero que traigan.
Sin vacilar, el hombre sacó su billetera y me pasó un pequeño puñado de dólares que llevaba dentro de ella. Recuerdo que era una cartera desvaída, deformada, no así los billetes.
—¿Nada más ? –les pregunté.
—Eso es todo lo que nos queda –respondió la mujer como pidiendo excusas por no haber guardado más para cuando yo los asaltara. Me respondió en español, para facilitarme el trabajo. No es tarea sencilla robar a puras señas. A seguidas intentó despojarse de un anillo que reconocí como de bodas.
—Está bien –le dije, afectado por el prurito de los ladrones bondadosos–, quédese con la joya, ya pasó todo. Ahora no vayan a cometer una estupidez, sigan su camino sin volver la mirada. Y me alejé en dirección contraria a la que llevaban mis víctimas. Me pareció una exageración y un gran irrespeto el robarles y también darles las instrucciones de lo que debían hacer después.
Caminaba apresurado, y en mis oídos se filtraba el rumor de un enojado mar Caribe que castigaba los arrecifes con sus violentos latigazos de agua. Doblé en la primera calle que encontré y más adelante me detuve a contar el dinero. Trescientos ocho dólares. No era demasiado, pero al menos tendría la oportunidad de continuar jugando. Si la suerte cambiaba recuperaría todo lo perdido durante la noche.

lunes, 14 de mayo de 2007

Ramón Gil: Cuentos
















Ramón Gil (Santiago, República Dominicana,1969). Cuentista y poeta. Miembro del Taller de Narradores de Santiago. Dos cuentos y tres poemas suyos pueden leerse en la página www.escritoresdesantiago.blogspot.com. Es ganador de tercera mención en el renglón poesía del concurso Eugenio Dechamps 2006, de la biblioteca Alianza Cibaeña de Santiago, por su poemario Poemas Obsoletos. Fue asimismo ganador de tercera mención en el renglón cuento del concurso Juan Bosch de la Fundación Global Democracia y Desarrollo, FUNGLODE 2007, por su cuento “Desidia”. En marzo de 2008, ganó el segundo lugar en el décimo quinto Concurso de Cuentos de Radio Santa María en La Vega con el cuento “Movimiento Elemental”. En julio de 2008, fue reconocido como “Joven Intelectual 2008” por el taller literario Virgilio Díaz Grullón de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD-CURSA). En 2009 fue finalista del Premio de Novela Infantil de la Editorial S. M. Ha publicado el libro “Cuentos Terrenales” en diciembre de 2007, así como el libro “Desidia” en noviembre de 2008, que es una ampliación del anterior. En Sosúa, es miembro fundador de “Los Jueves Literarios”, junto al poeta Omar Messón y al escritor español Óscar Zazo. Ha publicado en el periódico “La Información” de Santiago y en la revista “Cuadernos de Ataecina” del Centro Cultural Unión Extremeña de Terrassa, Barcelona.



UN DIA DESPUES DE LLUVIA

El primer relámpago anunciando la tormenta, sonó lejos. El hombre, sumergido hasta los hombros en la piscina, no se hizo la más mínima esperanza. Se revolvió un poco en el agua, porque sentía los miembros entumecidos y no se atrevía a despegar los pies por miedo a que le sobreviniera un calambre.

El perro estaba cómodamente sentado, vigilándolo. El hombre miró el cielo y calculó que ya debía ser medianoche. Había estado en el agua desde las cuatro y estaba llegando al límite de su resistencia.

El perro y el agua habían sido sus únicas opciones y por instinto se había decidido por el agua. Ya estaba arrepentido, pero ello no alteraba en nada su realidad. Ahora le tocaba resistir y esperar, que es lo que un hombre hace cuando, por lo general, no sabe qué hacer.

El can seguía con la vista fija sobre él, pero se sobresaltó con el segundo relámpago y lanzó un gemido. Sin embargo, no huyó. Se mantuvo firme pero asustado hasta el quinto relámpago. Entonces se marchó hasta su casa desde donde siguió observando.

El hombre se sintió más calmado y libre y se dirigió varios pasos hacia la parte baja. El perro salió de su protección y lo obligó a retroceder. Vuelto a su posición original, el hombre observó el firmamento. Ya no se veían estrellas. Habían ido desapareciendo arropadas por las nubes. Minutos después, empezaban a caer las gotas. Primero espaciadas y luego en forma de lluvia compacta.

El perro se refugió y el hombre lo tomó como su mejor oportunidad. Intentó moverse y las piernas no le obedecieron.

Respiró profundo y trató de tranquilizarse, pero lo único que logró fue sentirse incómodo e inútil. Le aterraba la idea de hacer como todos ante lo inevitable y darse por vencido. Por eso intentó moverse nueva vez y su cuerpo ya no se atrevió a negarse. El perro lo miró y se acercó hasta el borde de la piscina. El hombre no se amilanó. Así adelantó unos pasos hasta llegar a donde el agua apenas rozaba su cintura.

Desde ahí miró hacia la casa. Estaba completamente a oscuras. La iluminación que lo delataba venía de una lámpara del alumbrado público. “Si al menos se fuera la luz” – pensó – y este pensamiento, sin proponérselo lo llevó hasta su casa, hasta Graciela, sola con los muchachos y de seguro mortificada por su tardanza.

¿A dónde vas? – Había dicho ella- A ver el nuevo trabajo – le contestó él. Ella le arregló la camisa y le deseó buena suerte y el hombre se despidió.

Cuando llegó al lugar, encontró el portón frontal entornado. Miró a todos lados pero no vio ningún aviso que prohibiera la entrada. Tocó durante un minuto, pero nadie se presentó. Entonces recordó que era sábado y que los dueños, de seguro, se habían marchado de vacaciones de fin de semana. Pensó regresar y decirle a Graciela que tendría que volver el lunes. Graciela le diría lo de siempre, que no importaba. Iba hacia la salida cuando recordó a los niños. Pensando todavía en ellos cambió de rumbo y se dirigió a la cocina. El patio era hermoso y bien cuidado y tenía una inmensa piscina. El hombre se miró en ella y el reflejo del agua pareció limpiarle lo que sólo había sido una intención soterrada. Ya había desistido cuando escuchó los gruñidos del perro. El susto, la dentellada y el salto fueron simultáneos. Cuando nueva vez fue dueño de su realidad, chapoteaba en el agua.

Ahora, empezaba a albear y el hombre se encontraba aterido por el frío. Ni él ni el perro habían dormido y el hombre estaba otra vez con el agua hasta el cuello.

Por vigésima vez respiraba profundo. Le faltaban fuerzas, pero le sobraba decisión. Por eso dedicó un último pensamiento a los suyos. No debía esperar más. El sol sería su peor enemigo. – Ahora o nunca – gruñó. Y empezó a escuchar una voz gritándole que saliera.

Se dirigió hacia la parte baja de la piscina, decidido a salir, cuando se escuchó el terrible crick – crack de cuando se monta una escopeta o se destraba un pestillo de hierro, pero el hombre no pudo saberlo con exactitud porque empezó a verlo todo en rojo y negro y cayó de espaldas contra el agua.




TITO

Tito se despierta con el ruido de la llovizna chocando contra las hojas de metal del techo y abre los ojos en la oscuridad. Enciende una bombilla y el brillo le deslumbra. Se levanta con cierta desidia, se ciñe una toalla alrededor de la cintura y penetra al baño. La sensación de viscosidad que le transmite el piso al contacto de sus pies descalzos lo devuelve hasta el armario de donde toma sus sandalias. Regresa al baño y levanta la tapa del excusado con su pie izquierdo. El sonido de la orina al chocar contra el agua le produce un resquemor como conato de culpa. Se sacude, abre el botiquín que descansa contra la pared y toma el tubo de pasta dentífrica. Se cepilla con un poquito de rabia y escupe en la sopera del excusado. La sombra de la contraluz le oculta que ha escupido sangre. Tira del cordón del retrete y al escuchar el remolino de aguas puercas escapando en gárgaras por la tubería, siente un vacío en el estómago. Se mete bajo la ducha y el golpe de agua fría le produce estremecimientos. Luego, toma la toalla que había colgado de un clavo en la pared y la empapa con el agua que escurre su cuerpo. Sale del baño, se viste y se peina sin mirarse al espejo. Arranca la hoja del seis de marzo del calendario y descubre sin asombro que hoy es su décimo noveno cumpleaños. Se palpa el bolsillo del pantalón y toca el billete de cien y los documentos. Luego escucha con atención y percibe como en sordina, la llovizna golpeando el techo y con toda nitidez, los ronquidos de su madre. Se tira al patio y abre el portón con estrépito de hierros y metales oxidados. Pone de nuevo la cadena y el candado; cierra y se deja engullir por la oscuridad. Una hilera de casas iguales, desdibujadas por la densidad de una llovizna apacible, le sale al paso, y, sobre su cabeza, la misma llovizna pegajosa, inútil y monótona le va mojando la gorra, la chaqueta, el pantalón vaquero y los zapatos deportivos. Mira el cielo y el mundo es una única nube negra e ininterrumpida y la tierra, al mirar hacia el suelo, un piélago de charquitos de agua sucia y brillante que refleja el más mínimo rayo de luz. Se mete las manos en los bolsillos y empieza a saltar los charcos para llegar a la parte pavimentada de la calle. La llovizna ha cesado parcialmente. Al girar su vista hacia la izquierda descubre la iglesia en construcción. Cierra los ojos y se persigna y por eso no presiente a los perros acercándosele. Un gruñido leve descodifica en su cerebro las palabras “hocicos húmedos y hambrientos” y Tito patea sin mirar. Sorprende al “Amarillo” con un golpe en las costillas y le hace gritar de tanto dolor que los otros dos se amedrentan. Busca una piedra y no encuentra ninguna en la penumbra. Los perros, aún ladrando, lo dejan alejarse y Tito se marcha latiéndole fuerte el corazón. Cuando regrese esa misma noche, verá al marido de Rosa arrastrando en una lona a los tres perros inmóviles y tiesos, mientras una ronda de niños se divertirá apaleándoles y gozando de su inmovilidad y sólo entonces Tito volverá a pensar en el incidente de la mañana, en el susto, en la patada al perro, en el grito del perro y lo lamentará sincera e irremediablemente. Cuando alcanza la salida del barrio, ya la lluvia ha cesado completamente. Se detiene unos minutos y saluda a una vendedora de café. Le pide uno y se lo va tomando por el camino. Mientras se desplaza en el carro público, va repasando su vida, y su vida es una imagen en blanco y negro de su madre roncando a piernas sueltas, de su madre carcajeándose después de lograr una jugada maestra en el dominó, de su madre, que esta noche le pedirá disculpas por no poder abrazarlo, enfrascada como siempre en una de sus sempiternas partidas. Llega a la parada, compra un pasaje y aborda. Por primera vez siente la humedad de su ropa al contacto del aire frío. Camina un poco y se sienta atrás, desde donde observa llenarse el bus de gentes iguales como el ritmo de una bachata. El chofer enciende la radio y la estridencia de un merengue típico invade cada espacio vacío del autobús. Se despierta cuando alguien lo sacude por el hombro y le recuerda que ya llegó. Tito se levanta, desciende y camina un poco para desperezarse. El sol le da contra los ojos. Se cubre con la gorra y camina durante media hora a través de un mar de gente que se dirige con prisa hacia todas partes, entre el pitido de los policías de tránsito, el tronar de los camiones y el aceleramiento excesivo de los motociclistas. Al llegar a su destino, ve el edificio pintado de beige. Una multitud impaciente hace fila delante de la edificación. El entra también, y se pone en fila. A las tres de la tarde siente hambre y algo de sueño. Delante suyo han ido retirándose al ser llamados por los altavoces. Tito toca los papeles y los palpa calientes como un huevo recién empollado. Sólo faltan dos personas más y luego será su turno. Entonces ocurre la visión, y se ve caminando por otro país, hablando otra lengua, viviendo otra vida, montado en trenes de trayectos infinitos como colonias de hormigas. Percibe en toda su magnitud la inutilidad de arrastrarse del caracol, el sabor a prisa del café de doña Pancha, la ciudad enorme y voraz despeñándose como catarata ante sus ojos, engullendo sus sueños y alimentando la utopía de irse. Despierta al escuchar su nombre en los altavoces. Aprieta fuerte los documentos en el bolsillo y en vez de dirigirse a la casilla que le corresponde, abandona la fila y sale a la calle. Por segunda vez, ese día, el sol le da contra los ojos, y la gorra no hace nada para evitarlo. Camina por las calles de la ciudad, a esta hora atestadas de ruidos, y busca con la vista el cubo de la basura más próximo. Al encontrarlo, empieza a rasgar en orden de importancia el pasaporte azul, la falsa carta crediticia, la certificación de buena conducta y el sobre lacrado con la prueba de V.I.H. Lo va tirando todo en el cubo, mientras la gente se mueve como una ruleta mecánica e indiferente alrededor de él. Terminado el acto se dirige a la parada del bus. El rito lo ha dejado sin hambre y mientras desanda lo andado, una tormenta le golpea adentro, como si un niño le patease el vientre, y estuviese a punto de nacer otro él.

Ramón Gil: Poemas

Torbellino


Cierro los ojos
o me levanto,
es igual. Contra
mí mismo es
imposible otra
mentira.

He aprendido
a no creerme
y desconfío de
este aparente
sentirme bien.

Algo escondo, que
de tanto mentirme,
ya no sé qué es.



¿Quién?


¿Quién soy
que no soy
otro?

¿Quién sería
si no fuera
quien soy?

¿Quién dice
en mí lo que
digo?

¿Quién duda
en mí, realmente?


El Nombre Secreto

Nuestros nombres son la metáfora
del nombre perdido al nacer.

Octavio Paz “Convergencias”


¿Cuál es tu nombre,
el verdadero? No Elena
o Marta, sino el otro,
el oculto. El que te
cambiaron al nacer.

¿Qué nombre era?

¿Recuerdas su música,
su significado secreto?

¿Cómo te llamabas realmente?

No, no Elena o Marta,
sino tu verdadero nombre.

sábado, 12 de mayo de 2007

José Adolfo Pichardo: Teatro




LOS OJOS VACÍOS

Personajes:

Psiquiatra

Mujer

Marido

Otra

González

Amiga

Centinela

Los cambios escenográficos deben ir dándose de acuerdo a las necesidades y al gusto del director, aunque debemos definir que, desde el principio, todas las acciones parten de un punto específico: el consultorio de un psiquiatra.

La mujer, que tendría unos treinta y cinco años, está de espalda al momento de hacerse la luz. Ella enfrenta al auditorio con unos movimientos tan lentos que llegan a desesperar. Sus ojos abiertos e inexpresivos.

MUJER: Me avergüenza, le juro que me avergüenza hacer estas confesiones tan.... tan... tan absurdas. Sí, ya sé: según usted, nada que haga puede ser absurdo...Tendría que haber escuchado los gritos para entender que no se puede permanecer tranquilo: esos gritos trepaban las paredes y se filtraban por todas las ventanas y las puertas. Yo no quería vivir allí. Se lo dije a mi marido.

¡No quiero vivir aquí! Esos gritos de borrachos y rameras me enloquecen.

MARIDO: ¿Dónde diablos quieres vivir? Es lo único que aparece por lo que podemos pagar.

MUJER: ¡No, no! (Se arrodilla) volvamos a la otra casa, yo trabajo; puedo seguir pagando la casa anterior. (Al público) y me le arrodillaba, y eso le enfurecía, y fue cuando llegaron los maltratos... No se lo quería decir, pero los moretones en el rostro fueron bofetadas que él me propinó. (Se pasea con movimientos eróticos) ¿Le parezco linda, doctor? (Ríe) ¡Pero si se ha puesto colorado! Nunca pensé que un hombre tan.... tan... tan.... extrovertido pudiera cambiar de color ante una pregunta trivial. (Se pone seria) No me juzgue mal, doctor. Entienda que fui una prisionera de mi marido y que no podía tratarme con otras personas porque a él le sacaba de quicio. Me quería sólo para él. Le contaré un secreto: no le gustaba ni que me bañara. ¡Doctor, mi marido creía que si me bañaba era para verme con otro hombre! ¿Perfume, colonia, talco? See, ni las marcas conocía. Ahora me pinto aunque sea.... ¡Maldito, maldito, maldito! Has jorobado mi vida. Insensible, cruel, perverso, ¿De dónde sacaste fuerza para doblegar la mía?

(Toma la cartera para salir)

MARIDO: ¿Para dónde vas?

MUJER: Debo salir.

MARIDO: ¿Para dónde vas?

MUJER: Mi madre está enferma, quiero verla.

MARIDO: No está enferma, estás inventando para dejarme solo. Sabe Dios con quién te querrás ver.

MUJER: No, te juro que mi madre está enferma, si quieres acompáñame.

MARIDO: No quiero salir, y prefiero que mi mujercita se quede conmigo.

(Coloca La cartera en su lugar)

MUJER: No me dejaba, buscaba todo tipo de argumento para que yo no saliera más que a trabajar. Del trabajo debía volver derecho y puntual a la casa. Llegué hasta el grado de desconocerme. Hasta eso. Mi marido rompió todos los espejos. Le aterraba la idea de que al verme yo, despertara y me identificara como alguien superior a él. Siempre se reprochaba el que yo fuera una profesional y él no. Y para mantenernos... él nunca conseguía trabajo; yo debía trabajar, pero tampoco permitía que me independizara. Me mantuvo obligada a estar empleada, teniendo la posibilidad de tener mi propio modo de ganarme la vida y la de él, por supuesto.

Necesito ser mi propia jefa.

MARIDO: Eso jamás: lo que quieres es tener el mando y decidir con qué subalterno tuyo acostarte.

MUJER: No me trates como una cualquiera.

MARIDO: Estoy evitando que te conviertas en una cualquiera.

MUJER: (Al público) A su lado vegetaba. Sus celos enfermizos me llevaron al sótano de la inmundicia. En principio sentía vergüenza cuando pasaba o estaba al lado de los demás. Pero luego me fui sintiendo... ya pensaba como mendiga. Y un día... ¡OH, Dios! Un día me atreví.

DOCTOR: ¿Se atrevió? ¿A qué se atrevió?

MUJER: Cuando iba al baño de donde trabajaba... entraba cabizbaja. Él había metido en mi cabeza la idea de que sólo él podía soportar mi aspecto feo. Y fue la excusa para romper los espejos de la casa; de tal manera, que aunque tuviera la oportunidad de verme, no pudiera: sería un espectáculo espantoso. Sí, tenía miedo y rechazaba cualquier imagen que una vitrina de tienda pudiera mostrarme. Andaba con los ojos bajos, besando la tierra. Y si había llovido, evitaba que mis ojos se encontraran con la luz de algún pozo en la calle. El efecto, creía yo, podía ser contrario al de Narciso cuando su rostro se reflejó en el agua. Ya no era cuestión de que hubiera o no espejos, si no de que el temor de verme era mío, mío, mío. Pero ese día me atreví. (Agacha la cabeza y la va subiendo poco a poco) Y miré el espejo (Mira en el espejo imaginario) ¡No era yo! Esa cabeza pegada al cuerpo era ajena. ¡Qué horrible! Y el mismo cuerpo parecía haber sufrido una inmejorable metamorfosis. ¿Dónde había quedado mi cuerpo? ¿Qué extraño y estrambótico camuflaje se había cosido a mi ser? Y lo peor, ante el espejo grité: ¿Dónde estoy? ¿Quién soy? Y mi voz misma se escuchaba prestada. (Solloza) pensé tantas cosas. Vi lágrimas correr por las mejillas de la que aparecía dentro del espejo.

OTRA: No quiero llorar, tengo años con los ojos secos. ¿Por qué ahora?

MUJER: No quiero, no quiero llorar.

OTRA: (Sonriendo) ¿Para qué llorar? (se seca las lágrimas)

MUJER: (Sonriendo) El llanto ahoga.

OTRA: (Seria) El llanto desahoga el espíritu y limpia con su baño de lágrimas.

MUJER: Lágrimas... ¿Qué son las lágrimas?

OTRA: Las lágrimas son penas en estado líquido.

MUJER: Son dolores desentrañados que corren enloquecidos.

OTRA: Llorar... hay que llorar hasta dejar los ojos completamente secos.

MUJER: Llorar hasta que queden con la vaciedad del alma.

OTRA: Y esperar, luego esperar a que se llene el estanque de nuevas penas.

MUJER: Penas es lo que más he tenido, pero... ¿tú quién eres? Has surgido de ese animal blanco y no me has dicho quién eres.

OTRA: No lo sé, he venido para que me lo digas tú. Quizás he tenido un nombre, alguna identidad, pero lo he olvidado desde aquel día.

MUJER: ¿Qué día?

OTRA: El día en que tu belleza se hizo añicos ante la violencia de tu marido. Los cristales que cayeron sobre el piso de aquel cuartucho, fueron mi carne, y no tuve más remedio que pegarme a la tuya para sobrevivir.

(La mujer se mira de nuevo al espejo. Se pasa las manos por las mejillas)

MUJER: No soy tan fea, sólo estoy descuidada.

OTRA: Es cierto, ¿por qué no me devuelves mi identidad? ¿Por qué no me devuelves lo que soy?

MUJER: (Golpeándose el pecho) ¡Fuera! ¡Fuera dolor! ¡Fuera tristeza!

(A medida que ella se golpea y grita, la otra va saliendo como si recibiera los golpes)¡Fuera todo el mal del mundo que ha anidado en mi pecho! ¡Fuera los sentimientos espinosos que poblaron mi espíritu! (Queda exhausta) Debía hacer algo, urgentemente, ¿qué? En principio no se me ocurría nada, pero luego, sí. Tomé la idea de un joven estudiante, compañero mío de trabajo. Le observé y me di cuenta de que él llegaba bien vestido, se ponía ropa vieja y, ya en la tarde, para irse, volvía a ponerse la ropa limpia con que había llegado. Yo debía hacer todo lo contrario. Empecé a peinarme, maquillarme y mudarme ropa limpia al llegar a la compañía.

(El hombre se sienta, gira el sillón, poniéndose de frente al público. Ella recoge y le lleva el periódico)

Su periódico, señor González.

(Él toma el periódico y luego se fija en ella)

GONZÁLEZ: Señora Pérez...

MUJER: ¿Hice algo malo, señor?

GONZÁLEZ: No, quiero...quise...bueno...se ve usted...no me había fijado, es usted linda.

MUJER: Gracias

Recién me graduaba en medicina cuando me casé, pero para mi esposo era más práctico que ejerciera un curso técnico que había hecho de contabilidad y archivo.

MARIDO: ¡Qué asco! Bregar con sangre, con enfermos de toda clase para después venir a acostarte conmigo. ¡Y ni hablar de esos turnos por las madrugadas.

MUJER: Pero es lo que estudié y me gusta.

MARIDO: Lo que parece gustarte es humillarme… ¡OH, sí! La doctora casada con....

MUJER: Ya, no sigas con tu...

MARIDO: ¿Con mi qué? ¿Con mi complejo de inferioridad? ¡Estúpida! En el fondo lo que quiero es que no te vayas a frustrar... Sí, eso. Porque eres tan poca cosa con todo y haber estudiado...

MUJER: ¡No me digas eso! Por favor, no...

MARIDO: Pues no pretendas demostrar lo que no podrás: ¡Poquísima cosa!

MUJER: Doctor, ¿No ha pensado alguna vez cometer un crimen?

DOCTOR: Francamente no, ¿se siente arrepentida?

MUJER: Póngase en mi lugar: ¿Qué hubiera hecho usted?

DOCTOR: Le he dicho que no me conteste con otra pregunta.

MUJER: Visité a mi mejor amiga, ese día decidí no irme directamente a la casa, aunque me golpeara con toda el alma.

AMIGA: Eres una mujer joven e inteligente, ¿vas a soportar para toda la vida a ese sirve para nada?

MUJER: No lo puedo dejar, me buscaría hasta en el fondo de la tierra.

AMIGA; Porque es un enfermo y te está enfermando a ti también.

MUJER: ¿Y qué hago?

AMIGA: Pues, no sé, tú primero, te olvidas de mí, supuestamente porque él te prohibió todo tipo de amistad; y ahora vienes a pedirme consejo, pero tampoco te decides a llevarlo a cabo.

MUJER: ¿Por qué te muestras tan... tan... apática? Haré lo que me digas, ¿qué hago? ¡Dímelo!

AMIGA: ¡Ay, no sé, no sé! ¡Mátalo, si quieres, pero no me molestes más!

MUJER: Cuando llegué a la casa... tal como lo pensé: fueron los últimos moretones, los que más tardaron en borrarse.

DOCTOR: ¿Por qué no me lo confesó desde el principio?

MUJER: Tenía la esperanza de que no me pudiera demostrar nada, si ocultaba que entre mi marido y yo no había dificultades por lo que pudiera cometer el hecho.

DOCTOR: Y ese sadismo suyo, ¿por qué hizo esa barbaridad de...?

MUJER: (Sonriendo) ¡Ah! Fue mi especial venganza. Se me ocurrió en el momento. Después de los golpes me obligó a prepararle cena. Con la cena le di jugo, y con el jugo, varias pastillas de las que yo estaba tomando para dormir. Cuando quedó profundamente dormido: lo amarré, lo anestesié y luego le extirpé el pene; se lo puse en la boca y después lo desperté. Cuando abrió los ojos y se encontró con la maravilla de su propio espectáculo, le sonreí para, al momento, abrirle con el bisturí, el corazón. Y le grité: ¡no soy tan poca cosa, maricón!

DOCTOR: (Llamando) ¡Centinela! (Entra la mujer policía) La sesión ha terminado.

(La mujer policía toma a la paciente por un brazo y se encamina hacia la puerta)

DOCTOR: ¡Ah! (La mujer se vuelve) En cuanto a su pregunta: yo hubiera hecho lo mismo.

Jhovanny Marte Rosario: cuento

(Tango para dos: Olga Sinclair)


Mi nombre es Jhovanny Marte Rosario. Nací en Estancia Nueva, Santiago, un 18 de mayo del 1974. A los dos años de edad mi padre decidió mudarnos a la capital del país y retornamos a Santiago cuando yo contaba con 12 años de edad. Mis años de estudio fueron una pesadilla. Para entonces llovían a cántaro los golpes, boches, pescozadas y subestimación en las aulas a tal grado que la mediocridad académica no duró mucho en aflorar de mí. Eran los tiempos de los maestros dinosaurios. Esta nube de mediocridad llegó a arropar también mi adolescencia. Mi padre era propietario de una fábrica de blocks en la que debíamos laborar desde la mañana hasta la tarde, a veces solíamos ir de madrugada a coger agua para las tinas. Mi madre era todo lo contrario al carácter de mi padre. Era dulce, pero estricta algunas veces. En la escuela le temía a la matemática en especial. En el recreo solía retirarme a los rincones del patio para desde esa arista contemplar a los otros niños vocear. La adolescencia fue rebelde y escandalosa, pero llena de ensueños. Esta si que la gocé a plenitud. La calle se convirtió en mi universidad. A los 16 años empecé a descubrir un mundo nuevo en los libros. Ellos se convirtieron en mi refugio. Entonces leía con patología cualquier cosa. La lectura, como una droga, me dio cabida en su seno y leía y leía, al tanto que la gente murmuraba: se va a poner loco el muchacho. Y esa crítica en vez de hacerme abandonar los libros me acercaban más a ellos. Tal vez porque lo prohibido es más atractivo para el ser humano. Quizás porque a nadie nos gusta que nos jodan. Nunca he llegado a la universidad y no ambiciono llegar a ella ni por asomo, tengo miedo de que mi aprendizaje se vaya a descomponer para mal al llegar allí. Mi vida no la concibo sin los libros. Ellos son mi fe mi religión y mi dios. No concibo nada fuera de ellos. La gente dice que escribo bien y yo les creo como un imbécil y escribo y escribo. Entonces ahora, leo y escribo, leo y leo y escribo, leo, leo, leo y escribo. Soy ateo, o no bueno, creo que soy agnóstico que pienso que es la misma cosa. Mi Biblia es “El hombre mediocre” de José Ingenieros. Tengo alma de Quijote, corazón de lobo estepario y piel de Sartre.


La paranoia

Por: Jhovanny Marte Rosario


“Hay quien cruza el bosque

y sólo ve leña para el fuego.”

Profecía Hindú

El solemne silencio del bosque era alterado tan sólo por el intermitente gorjeo de un pajarito. Por tal razón, Mario se inclinó al suelo, asió una piedra, se incorporó y sin mediar palabras se la arrojó, la que al súbito y mortal impacto, lo reventó.

Claudia hundió su rostro en las manos para no verlo sufrir. Al tanto que el pajarito estremecía las escuálidas patitas, agonizante, bañado en su propio charcuelo de sangre. Entonces sin más vitalidad biológica, entornó sus ojitos, los volvió hacia arriba, chió y exhaló su espíritu, arrojado de costado en la hojarasca.

Ella volvió la mirada a Mario, luego al occiso, dejó escapar un suspiro de molestia, terminó de engranar la cremallera de su vestido, agarró su cartera y hurgó en ella, nerviosa. Él, desorientado, buscaba algo más con los ojos. Merodeó por las inmediaciones. Revolvió los tupidos arbustos, trepóse a un ébano verde. Volvió su mirada a los cuatro puntos cardinales cual radar activo. Descendió del árbol y siguió buscando ese algo como perro sabueso, mas nada avistó. El mutismo del ecosistema pareciera como si actuara en connivencia con las malas acciones humanas.

Mario, todavía en ascuas, se acercó a ella y le acarició el hombro izquierdo con la mirada perdida en lontananza, ella quien a la sazón se acicala el rostro con maquillaje, viéndose en un espejito, dijo:

— ¿Por qué lo hiciste, amor?

— ¿Qué cosa, mi vida?

—Lo del ruiseñor. ¿Por qué lo mataste?

—Era un soplón.

— ¡Estás loco! Era sólo una avecilla.

— ¿Loco? El canto de un pájaro revela la presencia de algo.

— ¡Bah! ¡Estás paranoico!

— ¿Qué? No soy tonto. Si tu esposo se entera de que estamos juntos, ninguno de los dos viviremos para contarlo.

La tarde, ya moribunda, daba paso a la sombra de la noche, mientras que el velo denso de los ojos de Mario se fue desvaneciendo concomitante al silencio reinante del ambiente. Consumado el pecado, ambos recogieron sus pertenencias. Entre ellas, un lienzo escarlata el que sirvió de lecho para saciar su voluptuosidad. Finalmente se marcharon tomados de la mano, casi a hurtadillas. Atrás dejaron a la intemperie: una botella vacía de vino tinto, rastrojos de uvas y un pequeño cadáver...